Villafeliche es rico en historias y personajes naturales de la Villa o que tuvieron algo que ver con ella. Ya hemos escrito sobre ello en varias ocasiones. Muy recientemente sobre el compositor Francisco de Val. Le toca el turno hoy a alguien un poco más antiguo y de un cariz completamente distinto. San Ignacio-Clemente Delgado Cebrián, actualmente Patrón de los Misioneros Diocesanos de Zaragoza. Este hombre dedicó la mayor parte de su vida a evangelizar en tierras lejanas, casi siempre de manera clandestina y en condiciones inhumanas.

Nació en Villafeliche el 22 de noviembre de 1762 en una casona renacentista perteneciente a su familia, los Delgado Cebrián, siendo el segundo de los cuatro hijos del matrimonio. El padre, Francisco-Ignacio, era también de Villafeliche, mientras que su madre, Teresa, era natural de Alarba. Los Delgado pertenecían a la nobleza desde que León Delgado obtuviese el privilegio de infanzonía en 1645, mientras que los Cebrián tenían relación de parentesco directo con el mismísimo Baltasar Gracián, por lo que Ignacio Clemente era descendiente de este insigne jesuita, pero también de un ilustre carmelita, Domingo Ruzola López, cuyo nombre religioso, por el que se le conoció, fue Fr.Domingo de Jesús María.

Si a esto le sumamos que ambos progenitoras eran de profunda raigambre cristiana, no es de extrañar que el joven Ignacio Clemente sintiese la vocación sacerdotal, optando en principio por ingresar en el convento Bernardino del Monasterio de Piedra, aunque su activa forma de ser chocaba un poco con la vida monásquica de esos frailes y pensó en otra opción en la que poder salir al mundo para anunciar el Evangelio, por lo que decidió ingresar en el convento de dominicos predicadores de San Pedro Mártir de Calatayud. Posteriormente continuó su formación en la Universidad Real de Orihuela, en Alicante, y ya con 22 años pidió ser enviado a las misiones, algo de lo que, según sus propias palabras, nunca se arrepintió.
Embarcó en 1785 en Cádiz y tras un recorrido por Puerto Rico, La Habana, Veracruz y las Islas Marianas, llegó a Cavite, en Filipinas, en cuyo convento dominicano terminó sus estudios y fue ordenado sacerdote.

En 1788 fu elegido para ir a Tonkin (Vietnan) para evangelizar aquellas tierras y tras un largo y arriesgado viaje llegó a su destino el 29 de octubre de 1790. En esa época la situación política en aquella zona estaba muy revuelta y la religión católica prohibida, por lo que resultaba peligroso su ejercicio y difusión. En 1794 fue promovido a obispo coadjutor y en 1799 a obispo, cargo que ocupó hasta su muerte en 1838.

Los últimos años de su vida, ya anciano, los pasó en un constante trasiego de un lado para otro teniendo que ser llevado en parihuelas por problemas de salud. Fue capturado por las autoridades y le ofrecieron un puñal para que se quitase la vida a lo que el villafelichino respondió que no haría tal cosa por considerarlo un pecado, pero que si eran ellos quien le daban muerte la recibiría con gran alegría. Fue encerrado en una jaula de pequeñas dimensiones durante semanas en las que tuvo que soportar hambre, sed y temperaturas extremas, hasta que finalmente falleció en la madrugada del 12 de julio de 1838 en Kien Lao, actual Xua Tien (Vietnam). Pero no conformes con su muerte “natural”, fue decapitado y su cabeza colgada durante varios días a la vista de las gentes para escarmiento de los cristianos, luego la tiraron al mar, pero un pescador la encontró tiempo después y se la entregó a los frailes que más tarde la enterraron junto a su cuerpo.

Pascual Sánchez. Desde Daroca

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