Crónica de la Villa de Calamocha 2024 Año IV
Son las 12:15 del día de San Roque cuando acaba la procesión. David Colás, llamado un día a bailar bajo el santo, de nuevo ha bailado sin dormir como exponente máximo del dance como devoción y deporte; semejante gesta no se puede alcanzar sin dolor. Años atrás la noche acababa sobre las cuatro para dormir y acudir a bailar frescos, ahora la noche no acaba nunca, el dolor tampoco. Sin embargo, todo parece estar en nuestras manos. Silvia cumple lo prometido y me regala el segundo libro de su sobrina Sandra Lario Prada, “El dolor es un animal salvaje”, a su vez me explica bajo los últimos acordes del baile lo que hay tras sus hojas.
Han pasado los días y estoy de vacaciones en Zaragoza, primeros de septiembre. Le doy matarile a los últimos libros de Benjamín Jarnés que he conseguido a través de mi primo Juan Pedro en librerías de viejo en Valencia y por fin abro y leo a Sandra y su dolor hoy infinito. Mi hija Sofia ya lo había hecho en Castellón, “Papá, dice Sandra que hay que leerlo escuchando esta música en Spotify, ¡que idea más buena!”.
Llueve en Zaragoza, sube al piso el olor a mojado y se mezcla con el café recién hecho, el libro está dedicado de su puño y letra “Que si el dolor llega cabalgando puedas siempre compartir la palabra”. Lo cierto es que hoy me duele todo como hace tiempo no me sucedía, pinchazos, ahogo, cansancio, el corazón como una piedra… A todo se acostumbra uno y hasta deja de asustarse o temer, pero cuando duele el otro corazón, el alma apuñalada en su costado, el dolor se torna infinito, la sangre no cesa de manar y la cura a todas luces se vislumbra imposible. “El incendio devoró esta casa”.
El estante de poesía crece y crece, y con cierta frecuencia vuelvo a él, y releo un libro tras otro, marcados con posits de colores, busco epitafios solemnes toscos y enigmáticos que luego Iñaki Corbatón grabará en mármol.
“Tengo miedo de que el dolor me sepulte bajo su manta de piedra”. Habrá tal vez un antes y un después, pero el presente en la autora parece ser todo dolor. Sigues leyendo, aun siendo poesía esperas un desenlace, un final feliz, sed de inútil venganza como lector, pero en la obra como en la vida el final es de sobras conocido y ya está escrito.
Alcanzar tanta belleza escribiendo en primera persona, reflejando lo vivido, verso a verso escribiendo no al amor si no al dolor, como lector resulta desgarrador. Nadie puede disfrutar leyendo el horror ajeno, sin embargo, al hacerlo por alguna extraña razón te devuelve la vida, te despierta, te da ánimos, te hace olvidar tus pequeños males. Reconforta.
Escucharle recitar, debe ser estremecedor, mientras busca la sombra de lo que fue. Todos queremos para ella que ese día llegue cuanto antes, que el caballo negro se torne blanco, que la carne vuelva a los huesos. Resurgir, volver a la plaza, a los lugares hoy malditos, curar la herida, alcanzar el olvido… Imprescindible.
“Solo heredé la labor femenina, de sufrir hasta el hastío, de llorar”.