Las ‘Corridas de Pollos’ era el nombre con el que se conocía a las carreras pedestres que se realizaban durante las fiestas patronales en todo Aragón y en las zonas limítrofes a la comunidad. Fueron muy populares en nuestra zona y reciben el nombre del premio que se daba a los ganadores: usualmente, el vencedor recibía tres pollos, el segundo dos y el tercero uno. Al último, y en algunos pueblos al cuarto, se le daba una cebolla como obsequio humillante, denotando el carácter festivo de estas carreras, si bien durante la posguerra se convirtió en un premio apetecible.

Las ‘corridas de pollos’ nos hablan no solo de las tradiciones de nuestros pueblos, sino también de nuestra relación con la comida. Los pollos eran un premio muy apetitoso, que despertaba el nerviosismo de los corredores y la admiración de unos espectadores que relataban las hazañas ocurridas en las corridas anteriores como si de leyendas se tratase. La gente venía de pueblos cercanos, tomándose libre el día de labores del campo para correr por los pollos. El pueblo anfitrión los recibía con gusto, llegando a realizar dos carreras diferentes en algunos municipios: una para los vecinos, y otra para los foranos.

Las corridas de pollos eran todo un evento. El pregonero anunciaba el acontecimiento alabando ya a los futuros ganadores y burlándose de los perdedores. Cada pueblo tenía su propio pregón, aunque aquí rescatamos la gracia del de Cutanda: “[…] Se le dará como premio dos pollos al primero, un pollo al tercero y cinco duros al tercero, y al cuarto, si sube aquí arriba se le darán cuatrocientos palos alrededor del cuerpo. Que nadie haga mala corrida, quien lo haga se le castigará con arreglo al código penal”.

Las carreras se solían celebrar entre las cuatro y las cinco de la tarde. Los pollos se situaban colgados de la línea meta y los corredores esperaban el pistoletazo de salida despojados de sus ropas y calzados. El equipo municipal supervisaba el recorrido y se encargaba de tener una carrera limpia y justa. ¡Tres, dos, uno, ya! Los corredores comenzaban el camino de ida y vuelta, normalmente de tres kilómetros, para ser los primeros en tocar la horca empachada de pollos. Además, en el Jiloca y Daroca había una regla: si el primero en llegar a la meta volvía, le daba una vuelta al segundo, y volvía a llegar antes que él, se llevaba los dos premios. Si bien esto era totalmente legal, se solía dejar pasar para evitar riñas. Eran habituales las carreras de adultos y de niños, si bien en algunos pueblos como Monreal, San Martín del Río o Fuentes Claras, también se celebraban corridas de mujeres.

El ambiente festivo de la competición se completaba con la presencia de los músicos. Antes de la carrera era habitual que dulzaineros o gaiteros hicieran un recorrido por el pueblo con el portador de pollos. Al inicio, animaban el paso con melodías típicas y propias de las corridas. Se recuerda especialmente a los músicos de Bello, a Lalo, el gaitero de Torrijo del Campo y al gaitero de Lanzuela.

Tras la carrera, y acompañados por la banda, el ganador bailaba la tradicional “jota de los pollos” con una de las mozas del pueblo. En pueblos como Loscos, esto era obligatorio, dando testimonio del vencedor y enorgulleciendo a la madre de la pareja elegida. El baile de los pollos ponía fin a la jornada deportiva, despidiendo la corrida hasta el año que viene para los vecinos, o hasta el próximo pueblo para los corredores más valientes.

Si quieres más información al respecto, tienes el artículo completo en el Baúl de la Memoria, o puedes mandarnos un correo a secretaria@xiloca.com. Y tú, ¿conoces historias o tradiciones como estas?

¡Queremos conocerlas!

Acércate, pregunta, curiosea.

Corredores en Calamocha en 1940./ Familia Layunta
Corredores en Calamocha en 1940./ Familia Layunta
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