Hoy comenzaremos con una obviedad, las redes sociales forman
parte de nuestro día a día, e incluso me aventuraría a ir más allá,
forman parte de nuestro ser.
Basta con levantar la vista de la pantalla del móvil mientras andas
por la calle para darte cuenta, tus congéneres hacen lo mismo
que tú, concentrarse más en una brillante pantalla, que en la amenazante
farola que espera abrazarte con todo su cariño a sólo unos
metros.
Las redes sociales han dejado de ser un reducto reservado a los
más jóvenes, hoy en día cada generación tiene su aplicación fetiche.
Los más jóvenes han sido embaucados por los bailes de Tik Tok, los
que pertenecemos a la generación millennials copamos Instagram,
y si nos vamos a la generación boomer, el rey por antonomasia es
Facebook.
Siempre se ha dicho que la virtud está en la mesura o en el punto
medio, y no iba a ser distinto en este nuevo mundo tecnológico;
ahora bien, no parece que la coherencia y el sentido común sea la
cualidad estrella en los tiempos que nos han tocado vivir.
Uno de los temas estrella que trabajo con padres y jóvenes son los
riesgos que estos pueden tener en las redes sociales, desde sufrir ciberbullying,
a que depredadores sexuales contacten con ellos (child
grooming), los riesgos de difundir imágenes sin consentimiento, o
de utilizar inteligencia artificial para generar pornografía infantil.
Si algo es innegable es la preocupación que toda la sociedad tiene
para proteger a los menores de cualquier daño, pero la cuestión es
¿si esto es así, por qué hay niños que desde su más tierna infancia
aparecen en las redes sociales de sus padres? Casi una cuarta
parte de los niños tiene presencia en las redes antes de
nacer.
No debemos olvidar que los padres tienen una obligación legal
de proteger a sus hijos, y exponerlos en las redes sociales, o incluso
monetizar dicha sobreexposición, no creo que sea la forma más
conveniente para hacerlo. Esta sobreexposición en las redes
sociales es tan habitual, que hemos acuñado un nuevo anglicismo
para referirnos a ella, y no es otro que el SHARENTING, un
término todavía muy desconocido, pero que en pocos años llenará
titulares por denuncias que los hijos interpondrán contra sus padres
por haber utilizado su imagen sin consentimiento para monetizarla.
Los niños venden, o al menos eso es lo que dicen los datos, las
fotos en las que aparecen niños tienen un mayor “engagement”,
llegando a recibir un 41% más de likes que en publicaciones del
mismo usuario cuando ellos no aparecen. Es más, en una reciente
investigación de Jimenez-Iglesias (2022) se apreció que en más de
la mitad de las publicaciones de sharenting hay publicidad.
Queda plantearnos entonces ¿cuál es el problema a que le saquemos
algo de dinero a las tiernas imágenes de nuestros hijos, todos
vestiditos igual, con esa fabulosa marca que ha financiado la
sesión de fotos? Desde un punto de vista personal, no creo que el
gran problema de esta cuestión sea monetizar o no esas imágenes,
sino que desde muy pequeños se habitúan a un uso excesivo de los
móviles y redes sociales. Además, al llegar a la adolescencia, lo que
antes les entretenía y gustaba, puede llegar a generarles mucha
vergüenza, o incluso rechazo social. El bullying y el ciberbullying
suelen necesitar una mínima chispa para comenzar, y tristemente
se está evidenciando que los hijos que han sido sobreexpuestos en
redes, tienen una papeleta más para sufrir esta lacra.
No olvidemos que las redes sociales se utilizan para mostrar una
vida idílica, que en la mayoría de las ocasiones ni siquiera existe,
pero que generan una reacción tan natural como humana en los
demás, la envidia, y esto entre jóvenes adolescentes es un desencadenante
de problemas como el bullying, porque “tú tienes lo que yo
deseo, y no poseo”.
En esta ocasión, me despediré recomendando a quienes comparten
imágenes de sus niños, tanto para hacer negocio como por el
disfrute de mostrar sus retoños al mundo, tengan cuidado, porque
no solo podemos criar niños adictos a las tecnologías, o causar tensiones
paterno–filiales durante la adolescencia, sino que podemos
estar sirviendo a nuestros niños en bandeja de plata a depredadores
que acechan en las sombras de las redes.