Alla por noviembre de 1968 escribía Labordeta en Lucha: “español
y aragonés, Benjamín Jarnés, tan olvidado por todos, que
un día habrá que sacarlo a flote”. No es que este cronista, llevado
por las circunstancias de vidas pasadas, se haya propuesto hacerlo
siendo como es una tarea nada fácil, si bien lo intentará. “La vida
es una cadena de fracasos: hay que admitirla así.” Escribió resignado
el olvidado, prolífico y nada fácil autor de Olalla.


En realidad, don Benjamín vino al mundo un poco más arriba en
Codo allá por el año 1888. Su padre sacristán y sastre consta que
aun teniendo dos trabajos tuvo bastante tiempo libre, pues engendró
22 hijos en dos matrimonios. Benjamín fue su hijo número 17,
muriendo en Madrid en 1949. “El júbilo verdadero sólo se adquiere
a costa de un dolor vencido”. Murió tras haber pasado mil y una
calamidades por el exilio y por la vida. A sus padres repartir cariño
a tanto hijo les resultó complicado. “Puedo asegurar que nadie,
nadie, puso nunca mucho empeño en asomarse a mí. Mis padres
no repararon en mí”. En 1900 entró en el seminario, las sotanas
no le convencieron, en 1910 se jopó a la mili en Barcelona y se hizo
sargento del cuerpo de intendencia. Un trabajo cómodo. Fuente de
ingresos con la cual iniciar su pasión por escribir. De vuelta a Zaragoza
y como militar de profesión estudió magisterio. Débil de
salud, caso con Gregoria Bergua en 1916, sus biógrafos dicen que
no tuvo hijos.


Empezó a escribir y publicar sin descanso,
libros que la crítica elogiaba y casi nadie leía,
junto con un puñado de biografías y artículos
con los que lograr algún ingreso. Tuvo correspondencia
con la flor y nata de los intelectuales
del momento. En ella reconoce cuando le preguntan
por qué dejó el seminario, que no sabría
responder, lo mismo con el ejército. Seguía
su camino y lo seguía solo. Las cosas se hacen
porque sí, no es necesario dar explicación alguna.
Uno es lo primero. Sus estudiosos afirman
que en sus novelas siempre hay algo autobiográfico.
De ser así, sus muchos personajes o él
mismo llevaron por un tiempo una vida entretenida
de flor en flor que solía acabar en accidente,
borrón y cuenta nueva. Por ejemplo, El
Convidado de Papel termina con un nacimiento, dando así al traste
con la vida planificada de Arturo, o Julio, o Benjamín quien sea,
decidiendo empezar de nuevo, “debí matarlo, pero no sé odiar”.
Vaya usted a saber. Lo que sí se puede asegurar es que era enormemente
culto, lo leía todo, su escritura lo refleja, por momentos
resulta compleja, apasionado de la mitología, a veces aburre, otras
es harto entretenido.


La crónica que vengo escribiendo en torno a Calamocha trae parejo
lo autobiográfico. La vida de mi familia cien años atrás pasó
un tiempo por el horno de Olalla y la calle de la Iglesia. Leo a Jarnés
sin descanso desde el verano pasado, en su obra parece olvidarse
de Codo y hacer de Olalla el paraíso. Allí Mosén Pedro, su hermano,
su protector, su padre, ejercía de cura. Allí murió y quedó enterrado
en 1926. Cuentan acudía los veranos el joven Benjamín quedando
prendado de sus mujeres, Olalla debía vivir en aquellos días
toda una Belle Époque. Su última visita parece ser fue en 1927. Si
bien otro de los hermanos, Abel Jarnés, siguió acudiendo, también
sargento de intendencia, articulista y escritor de lo religioso.
Leo Lo rojo y lo azul, Paula y Paulita, Eufrosina o la gracia,
Constelación de Friné, Locura y muerte de nadie, Cuentos del agua,
Venus Dinámica, El profesor inútil, Teoría del Zumbel, obra que
se desarrolla a lo largo de siete días en el balneario Aguas Vivas
(Alhama de Aragón), donde los chopos son un
personaje más.
Sigo comprando sus libros, viejas ediciones.
Ya no se publica a Jarnés. Uno trae el sello de la
Universidad Autónoma de Madrid, ¿será un libro
robado? Me niego a pensar que la universidad
lo vendiera por falta de lectores. Otro el sello
de la biblioteca de San Esteban de la Litera.
¿Cómo habrá ido a parar a la tienda donde lo
compré en Madrid? Otros traen firmas y fechas
de sus antiguos lectores. Un domingo en la plaza
la Seo encontré dos cuadernos jarnesianos
del Instituto Fernando el Católico. El vendedor
fue honesto. “Casi estoy por regalártelos, los
tengo hace tiempo, nadie los quiere”.
En fin, lo dejo, hay más libros en camino.
Mientras espero leo una vez más Mosén Pedro.

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