Antonio Abad Bernad fue un ilustre navarretino de raíces villalberas, que nació en Navarrete del Río, Teruel, el 3 de enero 1890. Hijo de Teodoro Abad, natural de Villalba de los Morales y de María Bernad, nacida en Navarrete. Fue bautizado en la parroquia de la Asunción, estudió la Primaria en la escuela de su pueblo, después se marchó a Ocaña a cursar la Segunda, el Bachillerato lo hizo en Ávila, donde tomó el hábito de Santo Domingo de Silos, el 18 de mayo de 1907, y cursó Ciencias Filosóficas.
Embarcó luego para América al Colegio-Seminario de Rosaryville, Louisiana, donde estudió Teología e Inglés. Salió el 5 de julio de 1915 para Oriente, pasando un año en la Procuración de Hong Kong. Luego fue asignado al Colegio San Juan de Letrán en Filipinas, allí ejerció altos cargos, como el de vicerrector e inspector de externos, entre otros, por muchos años.
Es autor del Devocionario Camino de Perfección y varios libros más. Hizo el álbum ‘Hijos de Letrán 1630-1930’. Se implicó totalmente en formar a jóvenes para que fueran cultos y educados y que, por sus méritos, ocuparan puestos de alta relevancia en el pueblo filipino o donde quisiera que se encontrasen.
Al enterarse de que en España había habido un golpe de Estado contra la República y estallado una criminal guerra, dividiendo al país en dos, se vino para Navarrete a ver qué había ocurrido con su familia, sus padres -ya muy ancianos-, sus hermanos, su familia villalbera y todos los vecinos de su querido pueblo.
Embarcó para España y fue haciendo de escala en escala, hasta llegar a Madrid. Después, se refugió en el Convento de los Padres Dominicos de Ocaña, Toledo, orden a la que pertenecía. Jamás pensó que estando allí él y nueve compañeros más, serían vilmente asesinados por un grupo de milicianos en las afueras de Ocaña, en un lugar llamado Las Eras, en la madrugada del 15 de octubre de 1936.
Horrendos crímenes. Estos hombres no habían cometido delito ninguno, eran todos inocentes. La mayoría se dedicaban a la enseñanza. Cuántos crímenes de sangre inocente hubo por los lados, igual por los milicianos que por los golpistas, que jamás debieron haber ocurrido.
He querido que se conozca tu historia, ya que en Navarrete, tu pueblo, pocos la conocen. Ni en la cuenca del Jiloca ni en el Campo de Daroca. Tengo el honor de pertenecer a tu familia villalbera, y aunque han pasado varias generaciones, nos hemos encargado los que quedamos de que nuestros vínculos de sangre jamás se rompieran y nos tratamos siempre con la misma bondad y amor, que era lo que a nuestros antepasados les caracterizaba.
María Pilar Bruna Lizama