POR PASCUAL SANCHÉZ

Todos nos sentimos orgullosos de nuestro apellido, sin embargo, a diferencia del nombre de pila, el apellido nos viene impuesto cuando nacemos y nos guste o no lo llevamos el resto de nuestra vida y además lo transmitimos a nuestros descendientes.
El origen de los apellidos es muy diverso, algunos provienen de nombres de pila, de profesiones o del pueblo de uno de nuestros antepasados. Tenemos apellidos muy arraigados en Daroca de origen vasco-navarro, de gentes de esas tierras que aquí acudieron por diversas razones y se quedaron. También los hay de origen francés, hebreo y musulmán o morisco. Algunos de esos apellidos han llegado hasta nuestros días, aunque en muchos casos con ligeras modificaciones como Perisé de Perisié o Palaguerri de Yparraguirre.


De entre los que provienen de nombre de pila son muy comunes Agustín o Pascual, de profesiones lo son Herrero o Pellegero, del lugar de origen Alcalá, Morata o Cetina, de entre los Vasco-Navarros están los Urmente, Goñi, Garay, o Galarza. Fueron comunes los franceses Bernard, Racho, Sauvignat, Clair, Campardon, etc. De origen hebreo son los Franco, León, Ronco, etc. y entre los que proceden de nuestros antepasados moriscos se encuentran los Espín, Bela (Vela) y Moreno entre otros.
Existe un apellido que tiene una característica propia y es el de Gracia, originariamente de Gracia y es el apellido que solía ponerse a los niños de padres desconocido. También el de Expósito, de expuesto o dejado en la puerta de una iglesia convento u hospital.


Ya he dicho que el apellido nos viene impuesto, sin embargo el nombre de pila es a gusto de los padres, o abuelos en muchos casos. La elección solía ser teniendo en cuenta el Santo del día o el de alguno de los progenitores, a veces todo ello.
Si observamos cualquier listado de ciudadanos de Daroca de tiempos pasados podemos encontrar nombres que ahora nos resultarían más bien “raros”, y no solamente por la rareza del nombre, sino por la manera de escribirlo.
Por los siglos XVII y XVIII poca importancia tenía la ortografía, ni siquiera el uso de “b-v” o de “g-j-x”, por lo que algunos nombres y apellidos se escribían de diversas maneras. Ocurre con Bicente-Vicente o Ximeno-Gimeno-Jimeno, tanto para apellido como para nombre de pila. También con otros como Remon-Ramón, Remiro-Ramiro o Caietana-Cayetana.
La “H” intercalada en los nombres de pila era muy frecuente en aquellos tiempos pero fue desapareciendo poco a poco hacia finales del s.XVIII y principios del s.XIX. De entre los nombres con esa característica, seguramente por ser muy abundante, llama la atención el de Joseph que posteriormente fue Josef, Jusepe y finalmente José. Existen otros muchos como Thadeo, Phelipe, Christobal, Theresa o Cathalina y muchos más que sufrieron también sus correspondientes cambios hasta llegar a sus denominaciones actuales. Muy particular es el caso en el que el mismo nombre sirve para varón o hembra, como Bentura o Buenaventura y Mathias, los más habituales, y algo más escaso el de Rosario.
Era muy frecuente, casi “indispensable” poner al niño o niña el Santo del día, incluso al que nacía el 6 de enero se le ponía el de uno de los reyes magos, pero existen algunos casos en el que llegaron a ponerle el de los tres.
Algo muy común en otros tiempos era poner a los bautizados múltiples nombres de pila, generalmente los de los padres, abuelos y el padrino o padrinos. Era muy normal dos, tres, incluso cuatro nombres, pero a veces podían sobrepasar la media docena, como este darocense nacido en 1729, Nicassio Thomas Tiburcio Jil Bartholome Caietano Beneito, apellidado Español Martínez.

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