Fritada

Sep 15, 2022

POR JESÚS LECHÓN

El sábado 13 de agosto mientras preparaba la comida, allá en la casa donde nací en una Calamocha a la espera de las fiestas del reencuentro con San Roque, pasó a verme como haría todos los días a esa hora Paquito Tío Raba. Aprovechábamos para ponernos al día. Él me contaba historias, mayormente a requerimiento mío y me traía escritos y fotos que un día publicaremos. “Que bien huele esa sartén, ¿estás haciendo fritada? Pocas cosas hay mas buenas”. Asentí, del huerto de Pascual el Gato, y entonces me acordé y pregunté: ¿Has leído ya el libro de tu quinta Lucía? “Lo llevo a mitad, está realmente bien. Hay que ver cómo escribe, ¡qué talento! Entre la realidad y el recuerdo, te lleva de un lado a otro. Lo tengo dedicado”


Yo tardé algo más en decidirme a leerlo. Durante todas las fiestas no lo toqué, luego lo traje a casa, aquí a Castellón, era como si necesitase alejarme de todo para abrirlo y leerlo sin prejuicio alguno. Para mí el asunto podía tomar tintes dramáticos. No podía dejar de pensar: Y si no me gusta, ¿cómo lo hago?, ¿qué le digo? Meses atrás ya me habló de la novela y no sé quién de los dos estaba más ilusionado, si ella por escribirla o yo por leerla en cuanto cayera entre mis manos. Lo dicho por Paquito era ya más que garantía suficiente frente a todo eso que la cercanía al pueblo te da: “menuda presentación, hasta bailaron al patrón, espectacular de blanco y con sombrero, no dijo nada, sabe venderse y lo vendió, todo, y (para rematar) que si tiene la cabeza llena de pájaros”. En fin, ya se sabe que viene de una familia de artistas y el sello que da la Poza a sus gentes (“cada una en su casa se sabe y entiende”) ¡y sí! tiene una cabeza efectivamente llena de pájaros, (benditos sean), verderoles de la Casa Alta acunando algún gorrión con corbata de la Casa Baja. Si lo vendió todo ahora ya tan solo falta que la gente lea y lo harán.


“El linaje de los Roy somos mágicos” dirá la autora, y razón no le falta. Ha escrito un libro que es algo más que una novela, es Calamocha, una villa mágica, reconocible, la vida vivida en ella a lo largo de generaciones, desde donde el recuerdo puede alcanzar y hasta el presente más inmediato, vivos y muertos, tragedias. Y de fondo, en realidad en primer plano la historia que todos los calamochinos de una u otra manera llevamos en el subconsciente, la tierra roya, el río y los chopos, “La alegría de la juventud lo impregna todo… Los problemas se encojen y el corazón siempre está en modo primavera”. Pero tras esa juventud, tras ese presente, tras la Calamocha del confinamiento, está la niñez “cuando las manzanas se compraban por su sabor y no por su aspecto” y los recuerdos que envuelven todas las familias y que ahí siguen, se cuenten o se escriban o no, Lucía lo sabe y afortunadamente nos los ha contado, a buen seguro calla otro tanto, pero todo tiene su momento. La vida es algo más que un viaje de ida, también se vuelve de la misma. Y en el centro de todo, siempre hay una historia de amor, una muerte o una mujer “para quien trescientos sesenta y cinco días, son trescientos sesenta y cinco días de trabajo”.


Lo dicho para quien no lo haya leído, mañana será tarde. Lea y regale Calamocha, lea y regale Mono Loco de Lucía Roy, pocas veces nos vamos a ver en otra como esta, una suerte loca. Venía siendo un año monótono, aburrido para las letras del país del Jiloca, pero no hay duda de que estamos ante la obra del año y si alguien tenía previsto publicar de aquí a final de año, casi mejor lo deje para el próximo.
Por cierto, hay que leerlo de principio a fin, prólogo de Cristina Jiménez, a quien no ceso de pedirle una novela cada vez que nos vemos, la última vez el día de San Roquico a la salida de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos.

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