La escritora calamochina Lucía Martín, quien firma como Lucía Roy, ha alcanzado la tercera edición de su primer libro en solitario, ‘Mono loco’, tan solo dos meses después de ver la luz
Ha sido bonito terminar un sueño.
Recibir abrazos, felicitaciones, vuestra presencia en masa, vuestro silencio, vuestra total atención, vuestra cara de sorpresa, vuestra felicidad, vuestra colaboración a “ojos cerrados”, vuestro calor y color.
Preparé la fiesta sorpresa en Calamocha para todos vosotros, que en realidad sois los más importantes, los lectores. Y tengo que decir que allí estabais todos, los incansables lectores, los descubridores de historias, los que viajan con el libro, los que buscan sensaciones nuevas, los que se resisten a morir, los que creen en mí, los que les pica la curiosidad, los que ya se han leído todo, incluso los que no leen.
Fuisteis mi tarta de tiramisú, el dulce deseado, con el que no me daba miedo engordar. Todavía me alimento de ese sabor que dejasteis fijo en mi paladar. Y lo recordaré siempre porque está guardado en mi corazón.
Mi madre estaba radiante, se atrevió a firmar algún ejemplar del ‘Mono Loco’, como el que firma un documento sin leer, vaya atrevimiento. Pero es así, ella es valiente y cuando la sala se vació, estaba vestida con el manto de San Roque, toda feliz.
Mi primera edición se quedó corta y la segunda la he repartido igual que los carteros repartían las cartas de amor. Todavía está a la venta y se puede adquirir en el lugar más dulce, la Pastelería Micheto, que hace honor a mi novela.
El final precipitado le hace honor al título y la presentación coincidente con un santo familiar, todos los astros giraban a mi alrededor.
El trabajo laborioso queda atrás. Un año no es tanto, dicen los expertos, hace falta ganas, emoción e ilusión para escribir una novela. También hace falta saber que ese tiempo es oro y que la fortuna es toda tuya.
Escribes, borras, corriges mil veces. Piensas en todas las horas muertas. Avanzas y aunque tenías claro el final desde el principio, modificas la historia. Vuelves a meditar si ese borrador se dirije hacia donde quieres, tú mismo estás cambiando irremediablemente, no puedes congelar el tiempo. Escuchas a unos y otros y te replanteas la historia que tenías en mente.
Algunos días de invierno amanecen con sol radiante, y te felicitas por lo que has sido capaz de escribir. Otros días grises te invitan a coger el sendero más penoso. Si tienes objetivos, quieres terminar y aprovechas absolutamente todo.
Llega un momento, que tus personajes tienen vida propia y son ellos los que te dirigen hacia sus destinos. La tinta de tu bolígrafo se desliza suavemente por los folios, avanzas.
Por el camino conoces a otras personas luchando con sus historias, intentando plasmar en unas hojas el desorden de las suyas propias. Eres como ellos, eso te hace sentir bien, te da un poco de sosiego, cuando tienes intenciones de dejarlo.
Comienzas con miedo, incertidumbre y fascinación. Estas en la casilla de salida, dispones de una hoja en blanco y tu imaginación: es la aventura de RIBIRCSE.