POR PASCUAL SÁNCHEZ
Muy poco se sabe con respaldo documental sobre la vida del escultor darocense Juan de la Huerta, cuya mayor parte de su obra se produjo en Borgoña, en donde estuvo al servicio del duque Felipe el Bueno desde principios del s. XV. En aquellas tierras, se especializó en esculturas funerarias, llegando a realizar tumbas de personajes muy importantes, como las de Mont-Sainte Marie, la de Juana de Montbéliart, la de Juan sin Miedo y Margarita de Baviera, y el retablo de la capilla de Machefoing. También hizo otro tipo de trabajos como diversas estatuas de Vírgenes con Niño que se encuentran repartidas por varias iglesias parroquiales del Ducado, así como las estatuas de Santa María y San Lázaro en Aviñón. En la década de 1430, estando Juan en Dijón, capital de Borgoña, recibió el encargo de hacer la imagen de la Virgen del Pilar de Zaragoza entre los trabajos de restauración de la Capilla del Pilar tras haber sufrido un incendio recientemente.
Carmen Lacarra Ducay, historiadora de Arte Antiguo de la Universidad de Zaragoza y especialista en escultura y pintura gótica de Aragón y Navarra atribuye la autoría de la talla devocional de la Virgen del Pilar de Zaragoza a este escultor darocense y en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Luis lo reafirma precisamente con el tema ‘El escultor darocense Juan de la Huerta y la Virgen del Pilar’, profundizando en su trayectoria reafirmando que el darocense es el autor de la talla.
En su discurso explicó sus investigaciones, razones y evidentes similitudes entre esta imagen y las vírgenes conservadas en Francia de este autor. La imagen de nuestra Patrona es una magnífica pieza de estilo gótico-francoborgoñón de 38 centímetros realizada por el darocense durante una restauración de su Capilla tras un incendio entre 1434 y 1440.
Entre sus otras obras realizadas en España, cabría destacar los bajorrelieves de la Capilla de los Corporales de Daroca, siendo muy joven y posiblemente como ayudante del maestro flamenco Issambart.
Mucho más desconocido, incluso legendario, es lo que le sucedió a Juan de la Huerta en Sevilla, en donde se encontraba trabajando. Su mujer enfermó de gravedad de una “extraño mal” entonces desconocido -probablemente, un tumor maligno- y los médicos auguraban un fatal desenlace en muy poco tiempo. El escultor, hombre muy religioso, se encomendó al Cristo del Gran Poder, al que acudía diariamente a rezarle, permaneciendo largar horas pidiéndole que su mujer se salvase, pero ella estaba cada vez peor. Pocos días antes de la Semana Santa, Juan perdió la paciencia y se dirigió a la imagen del Señor gritándole con estas o parecidas palabras: “No pienso volver a venir aquí a suplicarte. Si quieres algo de mí, ven tu en mi busca”.
A las pocas semanas, salió en procesión el Cristo del Gran Poder por las calles sevillanas y Juan no quiso ni tan siquiera ir a presenciar la multitudinaria parada religiosa. Al cabo de un rato, comenzó a llover y el único lugar cubierto donde poder proteger la imagen era el taller en el que trabajaba el darocense y hacia allí se dirigieron los cofrades con la peana del Cristo acelerando el paso y lo introdujeron bajo el porche hasta que dejase de llover. Juan, al ver al Señor en su casa, atónito, se arrodilló ante él y entre sollozos le dijo en voz alta: “Señor, me postro ante ti avergonzado y con humildad, y te pido perdón por mi arrogancia”.
Juan de la Huerta falleció en Maçon, Borgoña, Francia, en torno al año 1462 a la edad de 50 años, posiblemente sin cumplir.