Estar preparado

Dic 7, 2023

Corría el año 1989 y el temario de historia contemporánea avanzaba con tal lentitud que nos temíamos lo peor. En clase de arte ya nos habían advertido: no llegaríamos a estudiar Goya, como tampoco alcanzamos un año antes a Velázquez. Y entre historia medieval y moderna, los futuros licenciados en Geografía e Historia por la Universidad de Zaragoza nunca llegaríamos a reconquistar España ni poner un pie en el nuevo mundo ni mucho menos a colonizarlo. Llevábamos tres años de carrera juntos y aún nos quedaban los dos de especialidad donde el grupo inicial se separaría y pondría remedio ¿o no? a tales carencias.

Los profesores en aquel tiempo gustaban tanto de presumir de buenos deportistas por sus carreras frente a los grises como de pasarse año tras año el temario por el arco del triunfo. Empezábamos a cansarnos. Veíamos una vez más cómo tan solo hablaban de aquello que les venía en gana. Juanito, medio melé, jugador de rugby, nuestro héroe, una mañana de otoño en las aulas del sótano de la Facultad de Derecho, donde estábamos desterrados por la carcoma de la nuestra, levantó la mano: “Llevamos todo el trimestre estudiando la Revolución Francesa en este año de su bicentenario. Vista la amplitud del temario y las horas que restan. Hablo en nombre de todos mis compañeros y dado que solo unos pocos cursaran la especialidad de contemporánea, a todos nos gustaría, dedicar el último mes de clase al estudio de la Guerra Civil Española”.

El profesor sonrió y dijo “no”. La desilusión fue tal que, aunque pretendió seguir con el desarrollo normal de la clase, no pudo y añadió a modo de tiro de gracia “no estáis preparados”. Se empeñó en seguir y lo hizo sin admitir ni una sola pregunta: “La guerra, aunque consta en temario se estudia en la especialidad. Es muy compleja, no es cosa de un mes. Hay que tener una base”.

Acabó la clase y se marchó. Tristes, cansados y abatidos, condenados al exilio para poder estudiar, nos rendimos allí mismo a nuestro aciago destino y ansias de aprender fusiladas. Tratamos de consolar a Juanito y entendimos que la mayoría nos íbamos a licenciar dos años después tras la especialidad sin saber nada de los días del jaleo, ni de Goya, ni de Velázquez, ni de los Reyes Católicos, nada que recordase a España.
Sin embargo, con aquella y otras muchas carencias podríamos dar clase. Hablar de todo con autoridad en cualquier foro y hasta ser políticos. Siendo francos he de reconocer que todo cuando aprendí de la guerra civil me lo enseño Doña Pili en párvulos cuando leímos la última página del parvulito y luego en segundo y cuarto de EGB con los recuerdos de Don Juan.

Durante años pensando que un día sería un profesor nada deportista como los que tuve, pero sí de esos que jamás dejan tirado a un alumno, compré libros a derecha e izquierda, ensayo y novela, vi documentales y sobre todo pregunté tanto como me fue posible a sus protagonistas. Al comprender que jamás pisaría un aula, decidí olvidar. Llevan así aquellos libros años durmiendo el sueño de los justos en el pajar, antesala de una muerte segura. Total, no tengo nada ni a nadie a quien enseñar.

Bueno tanto como nada o a nadie, no. Resulta que hoy mis hijas sí están preparadas. A un paso de la universidad en el instituto y caminando entre ciencias, la historia de España es la estrella y en medio de estos días de cautiverio (año 2020) me preguntan por la contienda y me dicen que les han recomendado ver ‘Mientras dure la guerra’ y el documental ‘La Guerra Civil en color’, y yo para asombro mío y suyo, les contesto: “no estáis preparadas”, pero insisten. Va en temario y tienen examen ‘online’ de los años del jaleo. ¡Ver para creer! Me emociono. El nivel de los apuntes es tan alto, detallado y hasta tan fiel a la realidad que por momentos me doy cuenta de que mi deportista profesor tenía razón y sigo sin estar preparado.

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