Natalia Yehorova, Kyrylo Vovk y Yevhenii Kylhinskiy son tres de los refugiados ucranianos residentes en el centro de ACCEM de Burbáguena, donde han recuperado la esperanza sin despegar la mirada de la situación actual de su país y su futuro
Son las 13 horas del viernes 21 de abril en Burbáguena. Natalia Yehorova, Kyrylo Vovk y Yevhenii Kylhinskiy se sientan delante de la cámara, en el centro de ACCEM, para responder a las preguntas de El Comarcal del Jiloca. Al otro lado del teléfono, una traductora facilita la comunicación entre los tres refugiados ucranianos y la periodista de esta rotativa.
Es el mes de abril, pero los entrevistados residen en Burbáguena desde febrero, en el caso de la pareja formada por Natalia (33 años) y Kyrylo (28 años), y marzo por parte de Yevhenii (48 años). A Kyrylo y Natalia —juntos desde hace tres años— les acompañan los hijos de ella, Hleb, de 6 años, y Carolina, de 8.
Ha pasado un año desde que Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022 y Kyrylo recuerda que aquel día iba a trabajar como cualquier otro, a las seis de la mañana, pero su jefe le mandó un mensaje, instándole a no ir a trabajar y a esconderse. “La guerra fue una sorpresa para todos”, asegura. Al principio, en su ciudad no se escuchaban tantas sirenas, pasaron los días y se intensificaron, pero pensaron que este conflicto se quedaría en un “susto” y no se alargaría en el tiempo. “Aguantamos en casa como pudimos, pero los niños empezaron a tener miedo, yo al ser diabético no puedo tener estrés y después de escondernos por diferentes lugares, decidimos que debíamos irnos, pensando sobre todo en nuestros niños; el objetivo era salir lo antes posible para estar en un lugar mejor”, detalla el joven.
“No creíamos que en el siglo XXI ocurriría esta guerra”, lamenta Yevhenii. La población pensaba que Rusia y Ucrania se pondrían de acuerdo y no empezaría el conflicto. El pánico también le ha obligado a salir de su país: “Era quedarse y morir o salir de casa y dejar todo atrás”, añade.
Antes del estallido del conflicto, Natalia se hacía cargo de sus hijos y también trabajó como ayudante de dirección. Kyrylo se dedicaba al mundo del espectáculo y en los últimos años perteneció a una fábrica especializada en la elaboración de puertas y ventanas. Mientras que Yevhenii tenía su puesto en una oficina de reclamaciones y cuidaba de su familia (tiene tres hijos, dos chicas de 21 y 14 años y un joven más mayor de 27).
Su realidad se ha visto truncada y han huido del horror para llegar hasta el centro de refugiados de ACCEM en Burbáguena, alejados de sus familiares, como Yevhenii cuyas hijas y mujer se encuentran en una zona protegida. Él, tras permitirle salir debido a su grado de invalidez, pidió ayuda y fue trasladado a España. Al igual que sus actuales compañeros, como Kyrylo, cuyos familiares directos y amigos permanecen en su país “porque no han querido dejar sus casas, pese a que no hay futuro al no tener dónde vivir ni trabajo”, detalla.
Los tres refugiados se muestran muy agradecidos por la ayuda y acogida en el Jiloca. Entre sus palabras de agradecimiento, Yevhenii recuerda a su familia: “Están lejos y les echo de menos, espero tenerlos más cerca en el futuro”, dice.
Natalia afirma encontrarse bastante bien, “nos ayudan, nos dan lo que necesitamos, tenemos comida, podemos lavar la ropa, los niños van al colegio”, explica. “Estamos tristes por no estar en nuestro país, pero esta tristeza disminuye por la acogida recibida en España”, precisa.
Aunque viven el presente, no quitan la mirada en el futuro, el que podría darse en esta zona. Su intención es aprender castellano y buscar trabajo, “porque no se sabe cuánto durará la guerra”, avisan. “Si nos quedamos aquí, España será nuestra segunda casa”, señala Yevhenii. En tan poco tiempo residiendo en la comarca del Jiloca, ya se han acostumbrado a la vida de nuestros pueblos, a los que desean contribuir. “Queremos establecernos nosotros mismos, con nuestro trabajo, y no tener que pedir ayuda”, asegura Kyrylo.
Junto a Natalia, destacan la solidaridad del país acogedor. “Dan ayuda y no piden nada a cambio, es algo muy grande”. La pareja comparte su deseo de que termine pronto la guerra en Ucrania, “una situación que puede pasar a cualquier lugar”, apuntan. “Nuestro mensaje es para la gente que se ha quedado allí, para que aguanten y tengan fuerza para que esto termine lo antes posible”.
El mensaje final de Yevhenii va dirigido a valorar la vida: “A raíz de la guerra, la gente ha empezado a valorar su vida de antes, sobre todo las cosas que ha perdido, porque cuando pierdes todo, valoras la vida, hasta el último trozo de pan; este es mi consejo para la gente, mientras haya paz, que es lo que queremos, que se termine la guerra y la gente viva en paz”.