En casi todas las localidades de Aragón está presente el diablo, como figura destacada en los dances de muchos pueblos en los que se enfrenta directamente al ángel, frecuente también en la toponimia de nuestra tierra, y muy abundante en la iconografía.
En Torralbilla se encuentra “La Capucha del Diablo” aunque no hay ninguna explicación del significado. Se trata de una cueva natural detrás de la iglesia muy poco profunda pero con claras evidencias de haber sido habitada. En Val de San Martín está “La Ventanica del Diablo”, una pequeña cueva en el paraje de los Peñones.
Existe una cantinela en nuestra Comarca que dice algo así: “Campo Romanos, tierra de diablos, donde atan las piedras y sueltan los galgos”, que tiene su origen en una época indeterminada durante un duro invierno en un sendero próximo a Lechón, por el que caminaban tranquilamente unos lugareños que de pronto fueron atacados por un grupo de perros asilvestrados. Los mozos se agacharon a coger piedras para defenderse de los rabiosos animales, pero no hubo manera alguna de despegarlas del suelo por la fuerte helada que había. No obstante en Castilla existe un dicho idéntico solo que en lugar de Campo Romanos dice Tierra de Campos.
En Daroca se relaciona con el diablo a la “Rambla de Luzbel”, sin embargo Luzbel es una deformación del antiguo nombre de Guzbert, como se denominaba esta rambla antiguamente.
Es muy frecuente también encontrar al maligno en la iconografía, con abundantes ejemplos en esculturas, pinturas, tapices, retablos, etc.
Dice la tradición, cuando se refiere a asuntos del diablo, que su objetivo principal para con los humanos es hacerles pecar, asegurándose con ello nuevos miembros para el infierno, y en la lujuria siempre tuvo Satán el campo abonado para sus propósitos.


El mismísimo Maestro Ciruelo elaboró una especie de guía para las siete parroquias de Daroca para defenderse del demonio, que según afirmaba, podía manifestarse de muy variadas formas ante aquellos hombres y mujeres que lo invocaban con fuerza, siendo frecuentes las de animales domésticos como perros y gatos, también en aves rapaces, feroces lobos o cualquier otra fiera salvaje, incluso en seres humanos, a menudo mujeres, que eran tomadas en sus pueblos por brujas, personajes que aterrorizaban a sus gentes, como ocurría en un tiempo no muy lejano en el entorno de la Laguna de Gallocanta, del que se decía que, además de grullas, durante siglos revoloteaban por su entorno grandes contingentes de brujas que ocasionalmente aterrizaban en sus orillas en donde se celebraban aquelarres, a veces presididos por el propio Lucifer. La más famosa de todas ellas fue Águeda Luna, que según se decía era una bruja hija y nieta de hechiceras.
También muy famosa fue una bruja de Manchones, en el siglo XVI, llamada Catalina Gallego, fea y desagradable de aspecto, que atemorizaba a los manchoneros con insultos y gritos, hasta el punto de que cogía todo lo que le venía en gana de campos y tiendas sin pagar ni una moneda a sus dueños por miedo a que les fuese lanzada una maldición.
La tradición relaciona al demonio incluso con el fin del mundo, la llegada del anticristo, el apocalipsis, un tema que a lo largo de la historia ha sido avisado o amenazado por visionarios y gentes estrambóticas, pero también por personas con mentes privilegiadas como el sabio de Villanueva de Jiloca Arnal de Villanueva, plenamente convencido de las teorías del abad de Fiore sobre el apocalipsis, y tenía una idea un tanto fantasiosa sobre la naturaleza, atribuyendo algunos fenómenos a los espíritus, llegando incluso a escribir varios textos contra la magia negra.

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