Es lo que podía leerse en la entrada al Campo de la Princesa Jumaya el pasado Domingo de Pascua. Las nuestras fueron la 86 y 87, día en el cual el Cariñena, hundido en la tabla, resucitó. Me pareció tan bonita que la he plastificado y usaré de marcapáginas. Su coste, 15 euros. Para lo que vimos, y sobre todo sentimos, más que barata, fue regalada.
Ya sentados en la grada a escape se nos pasa el frío, no perdemos ripio, este año le han televisado pocos partidos. Todos los hemos visto y cada domingo comentamos resultados, fichajes, lesiones y soñamos con ganar y ganar y volver a ganar. Pero a veces se pierde, como hoy.
La parroquia está tranquila, no habrá descenso, pero tal vez aún se podía entrar al playoff de ascenso, el cual parece descartado de antemano. Lo mismo que el atacar por la banda izquierda, la cual debe estar cuesta arriba. De la primera alineación de la temporada a la de hoy apenas tres o cuatro siguen. Los clubes parecen la casa de tócame Roque y no paran de cambiar cromos. Disfrutamos a pesar de la derrota. Es un sueño estar en tribuna al resguardo del cierzo. Patadón y a por ella, es lo que nos gusta, también algún taconazo y ¡hasta sombrero! Detalles de torería, valor y ni un paso atrás. El jugador recibe, alza la vista y sin mirar atrás se ataca sin descanso. Lo mismo que el fútbol de élite que no hay dios que lo vea.
Disfrutamos, pero desde que está en Tercera y hemos ido al fútbol, siempre hemos perdido. Si algún día el equipo se juega algo, haría bien Carbonell en no dejarnos entrar. Buscamos a Jesús Cachola y no lo vemos, quizás al equipo le falten sus sabias indicaciones. Nos centramos en Unai, el portero, tira unos pases milimétricos. Ya salvados debería jugar de defensa escoba, libero o incluso más adelantado. Quedamos rendidos ante Nilton heredero de las grandes figuras calamochinas de antaño.
Pero la tragedia ronda, se llega a puerta sin peligro y el Cariñena parece tener el aire de cara en ambas partes. Al final, penalti y gol. La grada lo canta, hay un montón de gente “forastera”. “Ha ido a marcar el que menos pinta de futbolista tiene” dicen los nuestros. Cierto, parece más bien un estudiante aventajado de ingeniería, el típico cerebrito. El partido sigue, hay faltas, el árbitro dialoga, gritos del respetable con valiosísimos aportes tácticos y por fin alguien dice que el Zaragoza ha ganado. Respiramos tranquilos a pesar de la derrota.
También perdimos nosotros, en este caso el jamón por un número. Su sorteo entre cervezas haciendo girar cuatro ruletas en el bar fue pura emoción y seguido por la parroquia entre vítores y oles. La misma que clama al cielo por el césped artificial y un campo algo más grande, como los de la capital. Hay que ser ambiciosos, se prevén grandes tardes en lo que resta de siglo. El jamón habría estado feo nos hubiese tocado a los valencianos.
Fue también un Cariñena – Calamocha la primera vez que recuerdo ir al fútbol a bordo del Renault 8 de mi tío Jesús, laureado portero del equipo en los años cincuenta. Fuimos a ver a Emilio Gracia quien era para el Calamocha lo que Arrua para el Zaragoza, el hijo de Adolfo, a la sazón vecino y primo y compañero de trabajo de mi padre. Gran futbolero, lo recuerdo bien, se pasó todo el partido cigarro en boca, gritando instrucciones desde la banda, curiosamente dirigidas al equipo contrario.
En aquella ocasión el penalti fue a favor del Calamocha y nuestro portero se jopó y recorrió todo el campo con garbo, valor y polvo, para llegar al punto fatídico del contrario, chutar y marcar. Aquel día decidí que de mayor sería portero, quiero decir cronista.