La especie humana tiene la capacidad de hacer realidad ideas maravillosas, pero al mismo tiempo es capaz de destruirlas de la manera más deplorable. Desafortunadamente, hay personas en la sociedad cuya única forma que tienen de dejar su impronta en el territorio es a través de la destrucción. Esto es lo que ocurría en el parque municipal de Calamocha hace unos días cuando un tobogán donde los niños disfrutan de su tiempo, se consumía completamente en el fuego. Las nuevas generaciones somos responsables de guardar y preservar el patrimonio que hemos heredado de aquellos niños que también jugaban en el parque y que ahora van con sus nietos a pasar allí más de una tarde. Ese tobogán o los columpios que revitalizan las vistas del parque, forman parte de nuestro patrimonio, y su conservación es igual de importante que la riqueza inmaterial, arquitectónica o natural.
En definitiva, todo ello conforma lo que llamamos cultura y lo que tarde o temprano dejamos para la posterioridad. La responsabilidad de mejorar y pelear por nuestros recursos es de todos nosotros. Valorar lo que nos rodea es la clave para no vender o ceder parte de esta cultura por unos pocos de euros o megavatios, o permitir que se subasten magníficas obras de arte en lujosas salas francesas. Daroca, a pesar de ser una tierra tan olvidada para las instituciones, ha conseguido obtener financiación para restaurar y limpiar su imagen. La idea ha surgido de un agente de desarrollo local, que ha logrado desarrollar un plan para restaurar parte de la muralla de la localidad, desde aquí nuestro reconocimiento al logro conseguido. Calamocha últimamente está mirando fijamente a su río Jiloca, con la recuperación de su patrimonio industrial en torno al agua, lavadero de lanas o martinete.
El molino harinero es el último reto relacionado con el agua, que pretende convertir toda la zona del río en un reclamo turístico para los escasos visitantes que a día de hoy pasan por el museo del jamón en busca de la oficina de turismo. No ocurre lo mismo en otras localidades como Albarracín, donde han sabido conservar su patrimonio y encontrar una viabilidad económica que llena la mayoría de días sus plazas hoteleras y de restauración.