La toponimia, es decir, el estudio del origen etimológico de los nombres de nuestros pueblos, es esencial para reconocer la historia de las localidades. Los nombres dan testimonios históricos y culturales, nos ayudan a identificar patrones de asentamiento, contribuyen a la investigación histórica y fomentan un sentido de pertenencia y conexión con el lugar. El porqué de estos nombres es algo que os animamos a investigar, ya que daría para varios artículos, tantos como pueblos tenemos en las comarcas del Jiloca y en el Campo de Daroca. Y muchos más si tenemos en cuenta la toponimia de las distintas zonas, campos, montes y parcelas que componen geográficamente el territorio. Sin embargo, en el artículo de hoy no os hablaremos del origen del nombre, sino del origen de algunos ‘apellidos’ como fue ‘Del Río’, para Navarrete, ‘De Huerva’ para Ferrerruela o ‘De Moyuela’ para Monforte.
A principios del siglo XX la Real Sociedad Geográfica ya había realizado varios estudios con el objetivo de reformar la ‘confusa’ nomenclatura geográfica del territorio español. Y es que, de los 9.266 ayuntamientos, 1.020 tenían nombres idénticos, lo que dificultaba que entidades como Correos realizasen correctamente su trabajo. Así, el 2 de julio de 1916 se emite el real decreto por el que se modifica el nombre de 570 municipios para distinguirlos de sus homónimos. Las modificaciones de estos topónimos fue un proceso largo en el que intervinieron varios funcionarios, constituyendo la primera vez en la que el Estado actuó sobre los nombres de las localidades e inaugurando un curioso debate entre la tradición y la autoridad.
Para esta labor se establecieron varios criterios: el primero fue procurar que el cambio afectase al menor número posible de municipios, limitándose a los que tuvieran ayuntamiento. También se respetó el nombre de los pueblos que tenían mayor categoría administrativa, dando prioridad las capitales de provincia y a las cabezas de partido judicial. El resto de topónimos se decidieron en función del número de habitantes, siendo los más poblados los que conservaron sus nombres.
La Real Sociedad Geográfica buscó que el nuevo calificativo no fuera arbitrario, sino que atendiese a aspectos de la localidad como la tradición, los antecedentes históricos o elementos importantes del terreno como pueden ser montañas o accidentes geográficos reconocibles y que llamasen la atención. Además, con este decreto también se sustituyó la locución “junto a” por la preposición “de”.
Sin embargo, y aunque las intenciones eran buenas, estas modificaciones solo solucionaban el problema en pequeña parte. En la gran mayoría de las poblaciones se generó un nuevo topónimo que se añadió al principal. En algunos casos, la invención de este término estuvo protagonizada por los ayuntamientos afectados e incluso por los vecinos que quisieron pronunciarse.
Así los siguientes pueblos empiezan a conocerse con sus apellidos: Ferreruela de Huerva, Villahermosa del Campo, Monforte de Moyuela, Navarrete del Río, Langa del Castillo, Herrera de los Navarros y Villareal de Huerva. Otros pueblos como Valverde o Piedrahita, incluyen a sus barrios para diferenciarse: Valverde y Collados y Priedrahita y el Colladico, que más tarde pasarán a ser ayuntamientos independientes. Un caso curioso es el de la localidad vecina de Villanueva del Rebollar, que dobló su apellido para conocerse institucionalmente como ‘Villanueva del Rebollar de la Sierra’. Pueblos como Fuentes Claras o Used tuvieron más suerte al conseguir quedarse con el nombre frente a sus respectivos homónimos en Cuenca y en Huesca.
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