CURIOXILOCA
Centro de Estudios del Jiloca

Cuenta la leyenda que, en la víspera de Santiago Apóstol, hace muchos años, los habitantes de Villacadima, un despoblado al lado de Monreal, se preparaban para celebrar con bailes y procesiones en honor al santo. Poco antes de iniciar la fiesta, una bella joven llamada Juana, deseosa de ir a bailar y cansada de ir y venir al río para llenar un cántaro, se dijo a sí misma “vendería mi alma al diablo porque el agua llegase sola al castillo”. De repente, una voz desconocida le respondió, ofreciéndole cumplir su deseo a cambio de su alma.
Al mirar al extraño, Juana se dio cuenta de que hablaba con el mismo diablo, envuelto en una capa negra, pero que no pudo ocultar sus colmillos ni sus pezuñas. Aturdida, aceptó el trato y corrió a su casa para encomendarse a Dios y a la Virgen.
Al doblar las campanas que daban inicio a la fiesta, una tormenta devastadora inundó Villacadima. Pero los ruegos y oraciones de Juana hicieron que, gracias a la intervención divina, el desastre se detuviera justo antes de alcanzar el Castillo. Juana, arrepentida, reveló la verdad al pueblo, que decidió erigir una ermita en honor al triunfo sobre el demonio, y que se conoció a partir de entonces como “La Ermita del Diablo”.
Sin embargo, Juana sufrió una penitencia: su belleza se vio afectada por un olor a azufre que le acompañó de por vida, recordándole por siempre su pacto con el demonio. La leyenda se inmortalizó en una jota popular que decía “Aunque tu padre me dara / Villacadima y el Huerto / no me he de casar con tú / porque te huele el aliento”.
Con el paso del tiempo, la ermita y las ruinas del castillo se convirtieron en los últimos testigos de la historia. Aun así, pocos se aventuran a acercarse, temiendo que el Diablo aún pueda acechar. La leyenda advierte sobre el peligro de acercarse al torreón, a la masía o al pozo del puente, donde el Diablo podría aún susurrar tentaciones cuando el sol se esconde.