Desde hace muchos años encender la televisión y poner el telediario o abrir un periódico, deriva en una sucesión interminable de sucesos trágicos y en muchas ocasiones delictivos.

Estamos tan acostumbrados a que el ser humano sea capaz de realizar los actos más terroríficos, que una noticia tiene que ser realmente dantesca para llamar nuestra atención e indignarnos. Desgraciadamente una categoría que siempre llama nuestra atención son los delitos graves cometidos por menores de edad, y más especialmente si estos no pueden ser enjuiciados, por ser inimputables, es decir por tener menos de 14 años. La sensación de injusticia e indignación ante este tipo de delitos es mayúscula. Ejemplo de ello lo encontramos en los hechos acaecidos el pasado 23 de septiembre en Jerez de la Frontera, en el que un joven de 14 años acudió a su instituto con un cuchillo, atacó a un compañero e hirió en el ojo a su profesora.

También fueron escalofriantes los hechos del 20 de octubre en Binissalem (Mallorca), en los que un niño de 13 años fue brutalmente agredido por otro de 15 en la puerta del colegio, al obligarle a arrodillarse mientras le propina varias patadas en la cabeza. En ambos casos los agresores tenían más de 14 años, razón por la que pasarán por un Juzgado Penal de Menores y recibirán una condena.

Aunque son más excepcionales, no dejan de existir casos de delitos muy graves cometidos por menores de 14 años. No hace falta irnos muy lejos para encontrar ejemplos descorazonadores, el primero sería el ocurrido el 18 de octubre en Binéfar (Huesca), en el que una criatura de tan sólo 6 años recibía una paliza por parte de un grupo de 8 niños que le doblaban la edad, a la salida de un entrenamiento de fútbol.
El segundo ejemplo sería el de un niño de 12 años que apuñaló el pasado lunes 16 de octubre con un arma blanca a una compañera de clase en un instituto de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona).

Aunque parezca increíble, en el año 2022 hubo 91 menores de edad condenados por delitos de homicidio y asesinato y 594 jóvenes castigados con internamiento en régimen cerrado o más popularmente conocido como “reformatorio”, medida que se reserva para castigar los hechos más graves que pueden cometer los menores.

A pesar de que las cifras pueden impactarnos, más aún teniendo en cuenta que todos los ejemplos expuestos han ocurrido en octubre, hay que objetivizar las cifras y no entrar en pánico. Los delitos de homicidio y asesinato cometidos por menores suponen el 0,35% de todos los delitos que los jóvenes cometen, los delitos contra la integridad sexual el 2,46%, los de lesiones, en cambio, ascienden al 31,41% (incluyendo las lesiones leves, menos graves y graves), siendo los delitos contra el patrimonio los mayoritarios al alcanzar el 35% del total.

A pesar de lo mediático de estos casos y de que la medida estrella propuesta para paliar el problema de la delincuencia juvenil es incrementar las penas, de muy poco va a servir si nos enfrentamos a una realidad en la que el 95% de los jóvenes no son siquiera conscientes de que actos cotidianos que llevan a cabo con toda normalidad son delictivos, y pueden llevarles frente a un Juez.

La solución reside en que los niños y jóvenes sean conscientes de las consecuencias económicas, sociales y penales que sus actos van a tener tanto en su vida, como en la de su familia. La experiencia nos demuestra que los únicos que consiguen deshacerse de la etiqueta de delincuentes son aquellos famosos que han sido tocados por la gracia divina de los medios de comunicación, mientras que los meros mortales vagaremos con una etiqueta muy pesada que puede condicionar el resto de nuestra vida.

EN TÉRMINOS LEGALES. Alba Germán

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