Las brujas de Luco

Oct 27, 2023

Estando en octubre, con Halloween a esquina, solemos asociar automáticamente lo tétrico y lo lúgubre con esta fiesta de influencia norteamericana. Sin embargo, los cuentos de terror han formado siempre parte del imaginario colectivo, tanto en la típica Noches de Ánimas (o Nuit de Almetas) como en la propia cotidianeidad de nuestros pueblos.

Entre este tipo de historias, destacan las dedicadas a las brujas locales. Estos cuentos -que a veces no eran tan cuentos- condecían a estos personajes un aspecto familiar y próximo, que, sin dejar a un lado su aura misteriosa, acercaban esta figura al día a día popular al mostrar su faceta más humana y vulnerable. Las brujas de pueblo, desprovistas de su componente dramático, son personajes entrañables que se convirtieron en un elemento más de la vida vecinal.

Antiguamente, cada pueblo tenía su bruja –si no varias– que en la mayoría de ocasiones pasaba desapercibida y convivía con el resto de habitantes. Muchas veces ni si quiera se sabía con certeza quién era la bruja, aunque había prototipos ligados siempre a mujeres solteras, extravagantes y con carácter. Si bien pudiera haber sospechas sobre ellas, nunca se conocía con seguridad si eran o no eran brujas, ya que se camuflaban al transformarse en gato negro para hacer sus fechorías y causar desgracias en la localidad. Solo se podía revelar su identidad si hería al gato, pues a la mañana siguiente la bruja aparecería magullada.

Luco siempre ha sido propenso a este tipo de cuentos. Los hermanos De Jaime, recogieron varias historias de brujas luqueras que les contaba su Yaya. Una de ellas, remite a una histórica rivalidad entre Luco y Cuencabuena, de la que también participaban las brujas. Se cuenta que una señora de Cuencabuena, venía viendo a menudo, y desde hace tiempo, a un lustroso gato negro que rondaba por su granero. Un día mientras hilaba madejas de lana, el gato se plantó inamovible delante suya y mirándole fijamente a los ojos exclamó con voz sobrehumana “¡Barbas hiláis!”. Del susto, la mujer tiró la rueca e hirió al gato que rápidamente desapareció, dejando a la mujer con la certeza de que, al día siguiente, alguna arpía en Luco iba a aparecer coja.

En otra ocasión los vecinos de Luco tuvieron la suerte de conocer a su propia bruja. En la Casa Grande del pueblo, donde habitaban varias generaciones, criados, pastores y mozos, llamaba la atención una vieja argüellada, menuda, de semblante serio y siniestro, que andaba siempre por los entierros rezando oraciones de ánimas. La vieja estaba siempre en el mismo rincón oscuro de la iglesia, alejada del resto y mirando con mal ojo a todo aquel que se le cruzaba. La gente estaba acostumbrada a verla así, y todo transcurría con normalidad hasta que, de nuevo, un gato negro empezó a merodear por las calles.

Las desgracias no tardaron en encadenarse allá por donde pasaba. Primero un pajar lleno de grano ardió por completo, después un caballo murió entre gritos, varios ganados se vieron afectados por una extraña enfermedad y las gallinas dejaron de poner huevos. Una noche, cuando el miedo ya estaba extendido y todo el mundo estaba pendiente de la caza del gato, el molinero escuchó unos bufidos mientras tomaba la fresca. Advertido y decidido a acabar con la bruja, agarró un cesto y al aparecer el gato ¡zas! Y el misino huyó cojo y atemorizado. Al día siguiente, cuando todo el gentío se observaba atentamente entre sí para ver quién era la mujer herida, el médico salió de la Casa Grande. Pronto se corrió la voz: la vieja argüellada estaba baldada en la cama, sin poder moverse de cintura para abajo. Todos sabían ya la identidad de la bruja de Luco.

CURIOXILOCA. Centro de Estudios del Jiloca

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