Hoy os vamos a contar una historia de amor, pero no de esas cursis y empalagosas, sino romántica clásica, o – más bien por cronología – prerromántica. Una historia de pasiones desatadas, en la que los sentimientos ganan a la razón, donde lo misterioso y lo esotérico son solo una parte más de la realidad y en la que la línea que separa lo emotivo de lo turbio es tan difusa como su propia leyenda. Y todo comienza en tierras del Jiloca, en concreto, en Fuentes Claras.


María Ignacia Ibáñez, la protagonista de esta historia, fue hija del sainetista Bartolomé Ibáñez, del linaje de los Ibáñez-Cuevas, afincados en la Casa Grande de Fuentes Claras. María Ignacia probablemente nació en 1746, durante una de las giras de su padre. Apodada La divina, la prensa de la época la define como una de las mejores actrices del momento, cuando no la mejor. En 1770 representaba el papel protagonista en Hormesinda de Nicolás Fernández de Moratín, siendo entonces cuando conoce a José Cadalso y se convierte en su gran amor.


Pero hagamos un poco de retrospectiva, ¿quién era José Cadalso? Militar y dramaturgo, nació en Cádiz en 1741. Su buena situación económica le permite estudiar humanidades en el Liceo de París, convirtiéndose en un hombre racionalista, metódico y aristotélico. Cadalso está ansioso por cambiar el mundo, por ser útil a la sociedad y por modernizar una España atrasada en lo moral. Pero esta crítica a las costumbres le hace ganarse el destierro, y queda exiliado en Aragón. Cadalso ve imposible el reconciliarse con el mundo, moldeando un carácter depresivo y atormentado que le perseguirá hasta que, en 1770, conozca a María Ignacia después de que el conde Aranda lo llame a Madrid. Allí, se enamoran perdidamente y parece reconciliarse con el país que le había dado la espalda.


María Ignacia y Cadalso comienzan una intensa pero difícil relación. El escritor quiere casarse con la actriz por encima de la oposición de sus amigos y de un ejército que amenaza con expulsarlo si consuma la boda con alguien del inmoral mundo del artisteo. La frágil condición económica por la que atraviesan en 1771 tampoco parece ser inconveniente para un romance que sigue adelante contra viento y marea, pero que acaba súbitamente cuando María Ignacia fallece de forma repentina, suspirando el apellido de su amado. Cadalso vuelve entonces a sumirse en la melancolía, pasando las noches en la Fonda de San Sebastián, al lado del cementerio donde estaba enterrada la única persona que parecía haberle querido. Cuentan que mientras el resto bailaban, reían y se emborrachaban, José permanecía quieto en la ventana, obnubilado y mirando fijamente la lápida de María Ignacia, a la que fantaseaba con desenterrar, llevarla a casa y suicidarse junto a ella para permanecer toda la vida juntos.


Es en este contexto donde nace la leyenda que rodea a ‘Noches Lúgubres’, primera obra prerromántica española. En ella, Cadalso narra como Tediato, su alter ego se cuela en el cementerio con el objetivo de exhumar el cadáver de su amada, algo que hubiera conseguido de no ser por la intervención de los sirvientes del conde Aranda. La obra transcurre a lo largo de tres noches. Todo apunta a que lo narrado en la primera ocurrió al pie de la letra, y que, aunque la segunda fue ficcionada, no se sabe con seguridad que es lo que pasó la tercera noche, o que pudo pasar si los guardianes no hubiesen intervenido.
Cadalso no pudo terminar la obra debido al dolor que le producía recordar esta historia, que quedará para siempre como el primer manifiesto prerromántico español. En ella queda inmortalizada Filis, trasunto literario de María Ignacia, oriunda de Fuentes Claras y, en palabras de su amante “la mujer de mayor talento que yo he conocido, que tuvo la extravagancia de enamorarse de mí, cuando yo me hallaba desnudo, pobre y desgraciado”.
Si quieres más información al respecto, tienes el artículo completo de José María de Jaime en el Baúl de la Memoria, o puedes mandarnos un correo a secretaria@xiloca.com. Y tú, ¿conoces más historias amor como estas? ¡Queremos conocerlas! Acércate, pregunta, curiosea.

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