Contaba Fermín Ezpeleta en su último libro en torno a la inmensa figura del maestro Alejandro Gargallo una anécdota que me ha hecho recordar lo que más tarde querido lector podrá leer.
Muchos años atrás, cronista de su tiempo, a través de un artículo el maestro cometió la temeridad de salir en defensa del hombre frente al animal. Los hechos habían ocurrido en Villalengua, lugar donde nació en 1876. Cuando su alcalde multó a un labrador por “maltratar a una yegua a palo limpio”. Alejandro comentaría lo sucedido en la prensa a resultas de lo cual hubo un juicio de faltas y debió pagar al alcalde diez duros más las costas al juzgado.
El condenado maestro venía a decir que no le parecía mal la multa por pegar al animal, si no que el alcalde “no tuviera tanto afán caritativo para proteger a los proletarios de su pueblo”.
Alejandro murió un significativo 13 de abril del 1947 enterrado en Calamocha, había vuelto a su pueblo “nobleza obliga” después de su aventura pedagógica en Cataluña, la guerra, ser depurado y pasar por la cárcel. Corría el año 1943. Para salir adelante comenzó a dar clases particulares.
Por aquellos años tales clases solían servir de refuerzo a los ya de por si buenos estudiantes que se preparaban para dejar la escuela y entrar al bachillerato. Pero a su vez había otra clase de alumnos que acudían a última hora cuando sus tareas como pastores se lo permitían mientras su mujer preparaba la cena.
Mi padre (1936-2020) fue uno de ellos. Tras un breve paso por la escuela lo justo para aprender a leer, escribir y las cuatro reglas, se jopó. En casa necesitaban de su trabajo. Mis abuelos habían decidido tener un rebaño de ovejas propio. Junto a él un montón de zagales en otras tantas casas estaban en las mismas.
Al recordarlo siempre lo llamaba “Alejandro, el maestro”, lo cual quizás denota que para él era alguien especial, no había esa barrera clasista del tratamiento formal de respeto si no del familiar y del cariño. Al salir de estampida el pelotón de nuevos pastores de la escuela el maestro reacciono rápido y decidió pasar a la acción.
Salió en defensa de los pobres, de los niños, de la carne de cañón, de los que calzaban albarcas y peducos y parecían condenados a llevar la vida de sus padres. Casa por casa fue convenciendo de la necesidad de que los hijos siguieran yendo a la escuela al tiempo que cuidaban las ovejas (nada contra ellas) y que una vez las encerrasen, cambiasen el morral por la cartera y los tebeos del Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín y el Guerrero del Antifaz por el cuaderno. Que aprendiesen bien la letra y los números era tan necesario como el comer y a largo plazo más importante de lo que pudiera parecer. Solo con educación podrían evitar que los de siempre les engañasen y así salir adelante, dejar de ser unos destripaterrones, ser algo más de lo que fueron sus padres a los que nadie defendió.
El mensaje caló, acudían todos en rebaño, Alejandro era uno de los suyos. Debía el maestro tal vez pasar cada tanto por las casas a cobrar y charrar de los avances académicos del pastor, pues mi padre lo recordaba frente a mis abuelos recalcando que este chico ha nacido para los números, déjenle estudiar. Como casi todos los de los sabañones y matahormigas del campo de aviación, saqueadores de la Dehesa y los zafranes de Navarrete seguiría con las ovejas de rastro en rastro hasta que se marchó a la mili. Desgraciadamente el maestro murió y no pudo insistir más ante mis abuelos. Ya no hubo más clases. Mi padre, hay que decirlo, como casi todos de su quinta, fue feliz con las ovejas. En cualquier caso, en la familia el mensaje pervivió: estudiar para salir adelante. Gracias por cuanto le debemos.
Y se reía cuando contaba con todo lujo de detalles la cencerrada que le cascaron la noche de bodas a su maestro al casar en segundas nupcias alentados por sus padres unos pasos atrás.
Querido lector, para saber más, lea los libros que don Fermín Ezpeleta ha escrito recuperando la colosal figura de un maestro a quien la vida dio unos palos tremendos a cambio de hacer el bien y en cuya defensa, más vale tarde que nunca debemos salir. Además, fue un cronista calamochino como no habrá otro: Alejandro Gargallo: La palabra encendida de un maestro republicano, Centro de Estudios del Jiloca, 2018. Alejandro Gargallo. Un símbolo del magisterio republicano. Taula Ediciones. 2021.