POR JESÚS BLASCO
Desde hace escasas fechas, aparece en la bolsa inmobiliaria calamochí la venta de un singular edificio que durante décadas ha estado deshabitado, el cual fue mandado construir en torno a 1920, seguramente al alimón por Genaro Lucia, alcalde que fue de Calamocha, y por su cuñado el calamochino, Adolfo Beltrán Ibáñez, presidente número 18 del Ateneo Mercantil Valenciano, además de fundador, edil de la capital levantina y diputado en Cortes.
No es una casa más. Se trata de un edificio singular ubicado en un lugar conocidísimo, formando parte de una de las llamadas Cuatro Esquinas, punto geográfico donde otrora acababa nuestra Villa, si bien la construcción que nos ocupa es por descontado mucho más reciente que el Arrabal, como delata el estilo modernista tardío de sus fachadas, donde se ha querido dotar a sus estancias de toda la luminosidad posible para que entre a raudales por sus diecinueve balcones, además de ventanas y del característico mirador acristalado en el chaflán, detalles todos, de la corriente renovadora que arranca a finales del XIX hasta la llamada ‘belle époque’, período al que corresponde esta única pieza de aquel célebre estilo en nuestra localidad.
La puesta en venta de semejante caserón es una decisión que celebramos los vecinos, deseosos de ver a nuevas gentes ocupando sus estancias, las fachadas acicaladas y dando vida y una segunda oportunidad para ese edificio donde se instaló el segundo teléfono después del de la Fábrica de Mantas, fue sede de la primera entidad bancaria en la localidad -el Banco Hispano Americano- y donde hubo consultorio médico con Rayos X, cosa que ahora, y con todos los adelantos, tenemos que ir a Teruel para hacernos las placas.
Deseando ardientemente que llegue a buen puerto tan feliz iniciativa, sería para celebrar con novena a San Roque de por medio, si el caso que nos ocupa sirviera de acicate a nuestra ensimismada corporación local, para que al menos reflexionara durante cinco minutos en la metástasis urbana de casas vacías por doquier y que, lejos de pararse, va a más y camino lleva de convertirse en una catástrofe si nadie lo remedia.
Motivos tenemos para aprender de los errores, pues no en vano nuestro pueblo sufrió severamente aquella locura que dio en llamarse burbuja inmobiliaria, que se llevó por delante empresas y profesionales del gremio, dejando una parva
que aún prevalece de más de doscientos pisos sin vender, sin que el Ayuntamiento haya movido un dedo para desatascar la situación, ni se ha reunido con los promotores, ni se le ha pasado por la cabeza aplicar medidas excepcionales que todos los ayuntamientos tienen y pueden usar, y ni se ha molestado en promover una campaña publicitaria para aquellos que buscan una segunda vivienda lejos de aglomeraciones, o primera vivienda para aquellos aficionados a echar cuentas y acaben convencidos de que les sale más rentable no meterse en una hipoteca eterna, optando por vivir en nuestro pueblo donde la cosa es más liviana y contamos con todos los servicios.
Me chirrían los oídos cada vez que tengo que enseñar el pueblo contestando a la pregunta que nunca falta por la abundancia de letreros con -se vende- y que ya aparece en todas las calles, además de la multitud de casas vacías la mayor parte del año, que escandalizaría a los señores ediles si se dignaran darse un paseo, porque tengo la seguridad que hasta los que están en plan jarrón chino y los que por vagancia eludieron la cartera que por ley les corresponde, se pondrían las pilas para acabar cuanto antes con esta situación.
Y menos mal que no tenemos ocupas, pero de seguir así, sin un plan de regeneración urbana y creciendo alegremente en suelo urbano por la periferia, llegaremos a tal degradación que nos quedaremos con un casco antiguo deshabitado, con muchos huecos vacios como en Capadocia, pero los nuestros serán entre ratas, robos y ruinas.