El año del incendio

Nov 24, 2022

Están incendiados estos días y estos años, nos infunden miedo. Las noticias se sostienen en espesuras, como una tarde anodina de bochorno con viento sahariano, tan lejano que no llegamos a entender su ambición de llegar hasta aquí.


Este mundo y este país están siempre al borde de una chispa que haga prender la tierra y el cielo de todos nosotros, y ,en todo caso, nos hacen vivir en las cenizas de un incendio todavía no sofocado, el incendio permanente, que nos quema lentamente, sin darnos cuenta.
La realidad la han convertido en sinónimo de bolsillo. Más tristeza. La disfrazan con ropajes y retales de cómo y quién tiene la culpa de no reformar el Consejo del Poder Judicial, o nos dan lecciones de indignidad jurídica desviando los hidroaviones a sofocar indultos o se embarran en medidas fiscales. Desvían nuestra mirada a tonterías y entretenimientos como el boato de un funeral barroco. Pero el fuego sigue humeando y generando desesperación, que no desesperanza. Lo consiguen, llevamos años evadiéndonos en sus propias mentiras. Si, todos sabéis a quien me refiero, a los intocables que no saben generar ilusión porque no cuidan el bosque con amor, desvían el fuego, desvían nuestras miradas, empeñando sus horas en separar el amor y la política.


Javier Marías intentó huir de este incendio cercano, el español, y quiso trasladarnos a los bosques verdes, aún sin quemar, de Europa. Él ha sabido, antes de marcharse, que allí mandan los mismos bomberos, y que el incendio es global, incluso la desilusión y el malestar ha soflamado la nueva Europa, más vieja ahora que antaño. Nos han dejado huérfanos hasta del horizonte anglosajón, que durante años era el viento fresco que llegaba con ambición, envidiado y criticado, pero anhelado al mismo tiempo.
“ Y no es que en el mundo anglosajón no haya voces inteligentes, pero están en retirada, avasalladas y desconcertadas por la rebelión de los tontos y su toma del poder”, Javier Marías, El País, 26 noviembre 2017. Reflexión y opinión que tristemente se hace presente en todos los rincones y lugares colectivos, dejando al individuo la elección de retirarse o de rebelarse, de ejercer el pensamiento crítico, que está unido a la dignidad y a la creación, o de aburrirse.


Algo se pudre cuando confundimos malestar con aburrimiento.
Ejercer la propia dignidad para sofocar el humo de nuestro trozo de suelo, a la vista de que lo colectivo, no planta árboles de esperanza, con sus egos y proclamas en directo al medio día y repetidas por la noche, solo crean pobreza en las conciencias y a final de mes.
Nuestros bomberos colectivos no plantan árboles de esperanza. Con su autoengaño solo alientan y venden con excusas y disputas, falacias atemporales, que nos crean malestar, el suelo donde crecen los radicalismos que siguen generando más humo. Al principio y al final el pasar de largo, el mirar a otro lado es el peor radicalismo, que atenta contra lo esencial de la persona, la crítica, con lo que vemos y vivimos.
El 20 de junio ardían en una tarde surrealista, pinares, vidas y cultivos al lado del Jiloca, una tarde de bochorno similar al que nos sopla todos los días sin verlo. Teníamos en nuestras narices y en directo lo que muchos solo habíamos presenciado en el noticiero de turno; llegó y nos dañó, de igual modo que nos va arrastrando el incendio global que va apagando esperanzas y como digo, lo que es peor, el pensamiento crítico que hace que nuestro bosque y el de al lado sigan quemándose.
Reivindiquemos nuestra particularidad, nuestra idea, hagamos crítica, solo desde esa baldosa que pisamos podremos cambiar o conservar una parte del bosque. Y ante todo, exijamos que los fuegos y las brasas colectivas se apaguen con amor.


Quizás esta noche en el noticiero nos sorprendan sonriendo, acordando y resolviendo con bondad y humildad ( expresiones del amor) y muestren ante nosotros por fin, un río azul y verde, fresco, que pare, que no deje cruzar por más tiempo el incendio. Pongamos que hablo del Jiloca, uno de tantos ríos, pero es el nuestro, es nuestro muro y nuestra crítica a las llamas, la propia.

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