UNO QUE SE JOPÓ | Jesús Lechón
La columna, balcón abierto a todos, abre de nuevo sus puertas. Le pedí me hiciese la crónica de las fiestas, y esto es lo que entregó:
Tío Raba, amigo del que se jopó, también se nos conoce por el Santo Cristo como los Fiesteros del Rabal. La calor de este verano hace que las neuronas revoloteen sin parar. En este 2024 tuvimos un Mantenedor de fiestas desconocido para muchos calamochinos y calamochinas, pero inteligente y sabio y buena y gran persona, don Jesús Gascón, quien coincidió junto con Silvia, Teniente Coronel de la Guardia Civil, a quien se le otorgaron las llaves de nuestra Villa.
Coincidieron también con el cambio que sepa yo del siglo XIX, siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI. El cambio de San Roque detrás de la banda de música. Yo que iba en la procesión, como el Santo va tan alto, lo miré y me pareció que los ojos le brillaban y no era porque el perrico le aliviase las llagas, que tambiém, sino que los bailadores, que siempre lo hacen fantástico, este año, al tener la banda de música más cerca, y ¡encima lo bien que tocaron!, para mí fue el no va más. Así que, si la Fundación San Roque junto a la concejalía de festejos y el pueblo que es soberano se deja así, bien estará y también importante que nuestro patrón San Roque brillante la cara, esté pensando si algún año quiere subir o no al Santo Cristo. Si tenemos la procesión mas larga de España se le haga un guiño al Rabal donde tanto se le quiere. ¡Viva San Roque y su perro!
El cronista dice ¡viva!, mi querido lector convendrá en que tenemos pocas ocasiones de dar ¡vivas! al santo en sus procesiones, que no son ni una, ni dos, si no tres, a las cuales hoy Paquito acude vestido de blanco acompañando a los bailadores, disfrutando de verlos danzar, sintiendo envidia sana y admiración.
Quizá el lector se pregunte por qué no baila Paquito siendo como es: no un mozo viejo si no un joven de naturaleza deportista. La razón es sencilla. Bailó de zagal y conforme se fue haciendo mayor lo dejó, la fiesta era mucha, a veces demasiada y pasó años sin dar vuelta del perro. Décadas de por medio, alcanzó la barrera de los primeros cincuenta años de su vida, y una mañana al salir el sol por la dehesa se imaginó a sí mismo de mayor siguiendo uno u otro camino: El derecho y el torcido, dando en escoger el primero.
Decidió volvería a la procesión; se puso en forma y entró a la fila a bailar (hoy reconoce debió arrimarse a las filas de los críos y empezar de nuevo). Su quinta le hizo un hueco, sin preguntar, bienvenido, entró donde lo dejó, y baióo media docena de años hasta que un San Roque al despertar sin más pensó en dejarlo y lo dejó. Ya no volvió a bailar, con las castañuelas de su abuelo el Tío Cachurro en la faja sin hacerlas sonar pensó en acudir a la procesión mientras el santo tuviese a bien tenerlo en este mundo en carne mortal, luego ya vería.
Aquella mañana sanroquera se imaginó de nuevo así mismo dentro de unos años. Sus quintos y quintas se iban retirando y él plenamente en forma avanzando en la fila, se vio una vez más en unas cuantas fiestas, con los ochenta cumplidos, bailando bajo el santo, el primero de todos, y se sintió un impostor. A su juicio no merecía llegar tan lejos después de haber estado tantos años muerto, mejor dicho, de parranda, sin bailar. Ese privilegio, el avanzar en la fila, no se lo había ganado, le pertenecía a otros. Era el momento de ser honesto.
Paquito el penitente, pasea, corre, pedalea a diario… y purga así las penas de no poder alcanzar la peana del santo. Al tiempo que sonríe y me dice: ¡Que nos quiten lo bailao!