DESDE DAROCA
Pascual Sánchez
Como cada año por estas fechas, solemos acudir a los cementerios para visitar a nuestros familiares difuntos. El de Daroca, del que ya hemos escrito en otras ocasiones en este Comarcal, data del año 1834, y en un principio las inhumaciones eran todas en tierra, pocos años después se crearon los primeros nichos y por las mismas fechas los primeros panteones, que actualmente son en torno a la veintena, en su mayoría sencillos, sin grandes lujos ni excesivamente monumentales, sin embargo en cada uno de ellos se encuentra un pedazo de la historia reciente de Daroca, a través de la familia que los ocupa, y casi todos ellos se encuentran en la parte más antigua del cementerio.
Seguramente el más antiguo de todos ellos, que por su aspecto hace mucho tiempo que ningún familiar acude a visitarlo y en cuyo exterior no aparece nombre alguno, pertenece o perteneció a una familia noble, los marqueses de Alcocebar. En su interior, también bastante ruinoso puede verse la grandeza que tuvo en su día, con su pequeño altar adornado con el blasón de la familia y varias grandes lápidas de piedra negra con letras grabadas y doradas con los nombres del IV marqués de Alcocebar, nacido en 1808 y fallecido en 1885, el de su segunda esposa y dos de sus hijas, una de ellas heredera del marquesado.
Otros panteones, en cambio, dentro de su sencillez, se mantienen cuidados como es el caso del de los Marina-Laso-Gimeno, construido en piedra y ladrillo, perteneciente a una familia de industriales o comerciantes muy conocida en Daroca, en el que descansan sus finados desde principios del siglo XX hasta la actualidad, cuyas lápidas son de granito negro.
Quizá no se puede considerar panteón al de la familia Catalán-Germán, ya que se compone de nichos exteriores encuadrados en una edificación de ladrillo con frontón superior adornado con bolas de piedra y una cruz en el centro. Los familiares que aquí descansan son desde principios del siglo XX hasta finales del mismo.
De construcción todavía más sencilla, pero bien cuidado es el de la familia Cruz del Valle, cuyos enterramientos son mucho más recientes.
Tras una pequeña puerta de hierro, sencillamente adornada, casi pasa desapercibido entre los nichos el panteón de los Gil-Lidón, en el que descansan, entre otros familiares, el abuelo paterno de Ildefonso Gil.
También de muy sencilla construcción es el panteón de los Gonzalbo, en el que están inhumados una docena de hombres y mujeres de este apellido y de otros que emparentaron con él, como Echenique, Benedí, Latorre o Bernad. La mayoría son del siglo XIX, feligreses de la parroquia de Santiago.
Espectacular es el de la familia Inigo, originaria de Fortanete, afincada en Daroca desde finales del siglo XIX. Se trata de un panteón subterráneo con una magnífica cobertura de piedra con barandilla de hierro, al igual que la puerta, con una cruz del mismo material.
El de la familia Gracia-Zarazaga es también subterráneo, pero con una extraordinaria cobertura de piedra y de hierro en cuyo centro hay un elevado pedestal cuadrado y sobre él un ángel de triste mirada, con su mano derecha señalando al Cielo y con la izquierda sujetando una gran Cruz.
De similares características es el de la familia Peña, y también se puede considerar monumental. Tiene en su centro un ángel de considerables dimensiones, dentro de un templete coronado con una cruz. Los hay que siendo de cierta antigüedad, han tenido diversos propietarios como el de la familia Diego-Madrazo que posteriormente pasó a pertenecer a las Escuelas Pías de Daroca y actualmente pertenece a la familia de López-Medel. (Continuará).