POR JESÚS BLASCO
Con un altísimo porcentaje de vacunados pero todavía en plena pandemia del Covid19, hemos estrenado el año veintidós del nuevo siglo, casi al mismo tiempo que el sexto rebrote de esta infección que lleva dos años entre nosotros, y al que a esta nueva ola mutante hemos bautizado con la letra del alfabeto griego Ómicron, aunque para algunos pueda sonarles a una nueva versión de un modelo de coche.
De nuevo se repite por enésima vez el triste espectáculo del desgobierno nacional con todas las taifas del reino en ebullición y sin saber por donde tirar, circunstancia que repercute con toda su crudeza en el españolito de a pie además de sacar de sus casillas a aquel que en los días navideños haya cruzado la península, no sin antes hacer un máster y empaparse de la normativa al respecto de cada autonomía.
A nivel calamochí andamos por el estilo de amodorrados, con el FaceBOC municipal que igual que programa actos para estos días los desprograma, o peor aún los dejan a medias tras meter el bisturí al albur de no se sabe quien sumiendo al ciudadano en un desconcierto sin saber si estamos a setas o a Rolex.
En este ínterin navideño y a escasas horas del encendido de la hoguera de quintos nada se sabe al respecto pese a estar la leña preparada, como tampoco se sabe del pasacalles y chopo en el Peirón; de cualquier modo mejor no hacer apuestas porque así lo aconseja el historial de este colectivo que debe su nombre al monarca castellano Juan II que impuso la obligatoriedad del sustento de los ejércitos mediante aportación económica o una contribución de sangre consistente en uno de cada cinco mozos (un quinto), por sorteo entre los elegidos. Costumbre retomada por el primer borbón Felipe de Anjou y recogida en las reales ordenanzas de Carlos III.
Al parecer cada cinco de enero caía por estas latitudes el reclutador militar para seleccionar a los mozos que durante un buen período de tiempo abandonarían su pueblo, familia, amigos, novias etc., y de aquella fecha arranca la tradición de “despedir” cada cinco de enero a aquellos jóvenes que cumplirán dieciocho años, reuniéndose para celebrar una fiesta que perdurará durante el día siguiente. Ese día se visitarán todas las casas pidiendo el aguinaldo consistente en patatas, arroz, chorizos, vino etc.
Precisamente se cumplen ahora los primeros veinte años con ejercito profesional ya que el 31 de diciembre de 2001 fueron licenciados todos los soldados de reemplazo, excepción hecha al marinero Juan Manuel Igualada que sigue sin licenciar y en estado vegetativo en el hospital Gómez Ulla a causa de unas maniobras. La desaparición del servicio militar con soldados de leva, dejó descafeinado y sin sentido estas costumbres ancestrales en nuestros pueblos pero que vuelven a repetirse en nuestros días sin mayor argumento que unas horas de jolgorio y botellón.
Nadie tiene interés en quitarles diversión a nuestros jóvenes, pero sería para celebrar que algún influencer de este colectivo manifestara su opinión con un pensamiento actualizado y más hacia los demás en pro de los actos de esta fiesta siempre muy bien vista y de profundo arraigo.
Las hogueras populares muy amigas de los solsticios, y la nuestra en particular además de verla arder el día de antes por algún impaciente atiborrado de moscatel, la hemos visto peregrinar por media docena de plazas y lugares, pese a llevar dos generaciones en el campo verde; por lo demás lo mejor es dejarla como está tanto por su cercanía al de invierno, como la carga simbólica que lleva marcando un antes y un después en la vida de nuestros quintos.
No me pega las casi siempre estridencias de una charanga en pleno día de Reyes, abogo por la recuperación de una rondalla y por la supresión de un mayo colocado a destiempo en pleno enero, cuando lo suyo es ponerlo en ese mes primaveral con el compromiso de quitarlo a la semana y no dejar el empatoste a la brigada municipal. Es la herencia de los quintos del 81 que decidieron agujerear el suelo frente al monumento a san Roque ubicado donde hoy está la columna del Peirón, colgándole de paso al bailador sendas remolachas a modo de castañuelas cuando por aquí seguíamos con ese cultivo. Si hay que plantar algo que sea entre todos los quintos, en un buen sitio, y sea un árbol vivo con raíz para que dentro de otros cincuenta años puedan posar bajo sus ramas para la foto de rigor.