POR PASCUAL SÁNCHEZ

Esta tradición, registrada por el padre Beltrán en su libro ‘Historia de Daroca’ de 1929, está basada en un hecho real y fue recordada durante mucho tiempo gracias a esta frase que quedó establecida como si de un refrán se tratase, “Con don Antonio te topes”, aplicándola cuando se quería desear el mal a alguien.
Los hechos nos llevan hasta principios del s.XV cuando, al morir sin descendencia el rey de Aragón, Martín el Humano, surgieron en el Reino varios pretendientes al Trono, destacando entre ellos Fernando de Antequera y el conde de Urgel, quedando Aragón dividido entre los partidarios de uno y otro.


La poderosa familia de los Lunas, liderada por don Antonio apoyaba al conde de Urgel y la muy popular -aunque menos importante- de los Urreas, mandada por don Pedro, se pusieron del lado de Fernando.
Ambos bandos se enfrentaron, al principio, verbalmente, en encuentros y reuniones, pero también en encarnizadas batallas a lo largo y ancho del Reino, pero fue en Calatayud en donde esos encuentros fueron más frecuentes ya que la propia Ciudad estaba dividida entre ambas facciones representadas por las familias de los Sayas y los Liñanes.


Daroca, profundamente influenciada por los Lunas, presentes en la Ciudad desde tiempo atrás, se mantuvo fiel a esta familia y, por lo tanto, al Conde de Urgel.


El arzobispo de Zaragoza, García Hernández de Heredia, fiel a Fernando de Antequera, lideró a esta facción y captó muchos partidarios para hacer frente a los de Urgel, y él mismo participó en alguna de las batallas que se dieron.


Pero entre batallas y escaramuzas, se celebraban también parlamentos para buscar acuerdos entre ellos. Tras una de esas reuniones en Calatayud, en la que habían participado, entre otros, el Arzobispo de Zaragoza y don Antonio de Luna, volvía el prelado hacia Zaragoza cuando, ya anochecido, en el camino entre La Almunia y Almonacid, un mensajero llegó hasta él con un recado de don Antonio de Luna pidiéndole que le esperase porque un asunto importante tenía que tratar con él. Transcurrido un buen rato durante el cual el Arzobispo esperó pacientemente, se presentó don Antonio escoltado por 20 caballeros muy bien armados entre los que se encontrada el darocense Martín de la Torre. Los acompañantes del prelado, prácticamente desarmados, se dieron cuenta de que el grupo de don Antonio venía en actitud amenazante, lo que quedó confirmado momentos después cuando aparecieron sobre un montículo cercano otro grupo de caballeros armados mucho más numeroso.
El de Luna, en actitud cortés, tomó del brazo al Arzobispo, lo separó del grupo y directamente le preguntó sobre su postura en esta contienda, a lo que el prelado respondió sin titubear: «Mientras yo viva, jamás será rey de Aragón un conde de Urgel». Claramente contrariado, don Antonio replicó: «¿Estáis convencido, arzobispo, de lo que acabáis de decir?». «Convencido y bien convencido, mientras aliente», respondió el Arzobispo, levantando la voz. Don Antonio, a grandes gritos, le contestó: «Pues, lo queráis o no, el conde de Urgel será rey de Aragón, y vos seréis muerto o preso». Lejos de amilanarse, el arzobispo de Zaragoza respondió: «Muerto podrá ser, preso jamás». Don Antonio asestó entonces un hachazo en la cabeza al prelado, que cayó desplomado inmediatamente. Por si el golpe no había sido mortal, acudieron algunos caballeros más que se aseguraron, propinando al cuerpo del prelado varios golpes y espadazos. Los acompañantes del Arzobispo acudieron a él por si podían hacer algo por salvarle, pero fueron atacados por varios caballeros que dieron muerte a todo aquel que se opuso a ellos, salvándose únicamente los que consiguieron huir del lugar.

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