Te escribo esta carta padre, la tercera desde que te marchaste a la Cañadilla y vengo o debería venir a contarte lo que hay de nuevo en Calamocha y entregarte en unas líneas la crónica de estos últimos meses. Pero me pregunto si hay algo que no sepas de cuanto haya pasado, pues los nichos de tu calle tristemente no dejan de ocuparse y ellos conforme van arribando te irán contando.

Este año me apetece más recordarte a ti que a la villa de la que me nombraron cronista para evitar caiga en el olvido no tu vida sino la de todos los padres.

Naciste en diciembre del 36, un mes y un año casi como otro cualquiera. Los mejores días de tu vida, siempre recordabas, fueron los de pastor y lo fuiste desde los nueve años hasta marchar a la mili. Se vendieron las ovejas y, mientras llegaba el sorteo, entraste a trabajar en la Balsa, en Piensos Z. Dos años en los Cazadores de Alta Montaña en Huesca, toda la quinta movilizada en enero con vistas a enviaros a África si la cosa se ponía fea. Nueve meses después te dieron tu primer permiso de los dos que disfrutaste. De vuelta a casa, los piensos te esperaban, tragar polvo y trabajar de noche para no dejar al pueblo sin luz. Pidieron voluntarios para sacarse el carné de conducir y te hiciste camionero. De la Balsa a ti y a otros os llevaron al matadero, nunca mejor dicho, a MATINSA. Con aquella Avía frigorífico matricula Valencia, a las cuatro de la mañana cargada por ti, frío, humedad, te ibas a Barcelona y volvías a casa en el mismo día y vuelta a empezar. ¡Fuisteis unos héroes! De allí te pasaron a PYGASA, de nuevo a los piensos, subir y bajar a Zaragoza y repartir por la comarca con tu fiel escudero Manuel Colás. Unos años más tarde cerró, cada vez había menos animales en las casas y sus pequeñas granjas. Llegó el paro a principios de los ochenta. Cubriste una baja de Raimundo en el ayuntamiento con el camión de la basura y hasta te dio tiempo de hacer algún entierro y apagar algún fuego. Luego te llamo Félix y durante unos meses repartiste con la SAVA y el camión la mejor de las cargas, comida, café, cervezas. Te llamaron de Terrazos Hernández y allá que fuiste. Por lo general te levantabas a las cinco la mañana e ibas y volvías dos veces a Zaragoza. No había autovía ni aún radio en el camión, tampoco calefacción, repartías por todos los pueblos. Llegabas a casa y preparabas la chura y sacabas la corte de los tocinos, aviabas los conejos y en el buen tiempo ibas del camión al huerto, la viña, el panizo, las patatas.

Los sábados con el camión hasta el mediodía, por la tarde escardar, entrecavar, podar, sacar el fiemo, hacer leña. La tarde del domingo por fin descansabas con la tele en casa. Solo a última hora cuando ya era obligado hiciste quince días de vacaciones, era mejor trabajarlas y cobrar. Todos lo hacían. Ya como Francisco Hernández y sin móviles ni gps, madrugón y a Castellón de azulejera en azulejera a cargar. En una de esas crisis pasajeras a los punteros tras llegar a un acuerdo os echaron al paro donde pasar unos meses antes de la jubilación.

Fue entonces cuando topaste, una de tantas, con la administración. Te llamaron del paro, te hicieron una prueba y te pusieron de nuevo a trabajar. Hiciste cuando pudiste porque el trabajo se lo dieran a un joven, pero fue para ti. Aquellas rascadas y tirones subiendo el puerto Tornos y el que no cedieras el paso en el Ratero no fue suficiente. El examinador te dio el trabajo frente a unos jóvenes que tenían toda una vida por delante. Y también te dio un momento de gloria inesperada cuando en la sección de cartas al director de un diario de tirada nacional el domingo te puso como ejemplo de una España, por cierto, nada ejemplar. Llena de picaros, vagos y mal trabajadores que no habían dado un palo al agua en toda su vida y que tan solo aspiraban a dame pan y dime tonto, a la sopa boba, a cobrar sin trabajar. ¡Ese eras tú, nuestro padre saliendo en los papeles, un orgullo para todos nosotros! El tiempo te dio la razón. En realidad, tu única aspiración no era jubilarte, sino el descanso eterno.

Mama está bien, ahora llega el buen tiempo y cuenta los días que faltan para volver a Calamocha. El resto, sin novedad, los nietos en la universidad y nosotros ande siempre. Las nueras aun no siendo de la familia, te mandan recuerdos.

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