Sin pensarlo, me encuentro buscando en el dial de mi radio (pertenezco a esa especie a extinguir) un rayo de felicidad nocturna que compense tanta noticia triste a mi alrededor. Sí, cómo decir que no, estoy abrumada por continuos desastres naturales, por guerras muy lejanas que ya parecen nuestras, que naturalmente lo son. La deshumanización y la crudeza mostradas por unos y por otros a propósito del último conflicto están alcanzando unos niveles que sobrepasan en exceso los límites de lo razonable, es decir, de lo comprensible. Nos quejamos y mostramos nuestra indignación y nuestro rechazo en manifestaciones multitudinarias, en la prensa, en el trabajo… Pero aquí estamos un día más, la tierra sigue girando e incluso la vida grita y se abre paso entre los escombros, igual que una humilde brizna de hierba surge entre el cemento, y nos preguntamos qué más puede suceder, de qué nuevas atrocidades seremos capaces. ¿Hasta dónde y hasta cuándo? Todos sabemos y callamos que este conflicto no cesará a corto plazo, que los protagonistas no quieren que cese a pesar de tanto dolor, ese mismo dolor que los unos arrojan a los otros como si el suyo fuese el verdadero y el de su enemigo una parodia. Hace doscientos años un sesudo aragonés vislumbró como nadie cuán terribles son los desastres de la guerra cuando duerme la razón. Qué frágil es la memoria, señoras y señores, y lamentablemente qué largo el olvido.
Parole, parole, parole… Suena en la radio y sonrío. ¿Una vieja canción?
UN LUGAR EN EL SOL. Isabel Pascual