ALEJANDRO LUACES
Músico

El valor de la música como herramienta de construcción de salud comunitaria con las personas mayores

Desde el origen de nuestras sociedades, la música
en vivo y el canto son una herramienta clave
de consolidación de las relaciones humanas y de
intensificación de las mismas, de construcción
identitaria y emocional.
También fuente primordial de salud mental, teniendo
especial valor las músicas tradicionales y
populares propias y foráneas, por ser éstas interpretadas
o experimentadas en conjunto y en común,
eje fundamental de celebraciones y ritos de
paso, de expresión individual y colectiva.
Más allá del valor consolidado y reconocido de
la música como herramienta de intervención clínica
u hospitalaria, es radicalmente prioritaria
la implementación y recomendación de proyectos
de salud comunitaria donde estén presentes
la música en vivo y el canto, vinculados a nuestra
historia de vida, a la historia colectiva y la cultura
popular, poniendo voz así también a un sector
silenciado y con mucho que decir: el de los hombres
y mujeres mayores. Clave sería recuperar y
adaptar la función social de estas músicas y esos
músicos, amparándonos en su propia transmisión
y escapando de las intervenciones puntuales,
anecdóticas y voluntaristas: crear activos de
salud.
En la gira que estamos desarrollando por Europa
-”La vida sigue igual”- compartiendo las
canciones con personas de edad, hemos comprobado
que esta capacidad de la música para crear
espacios positivos de relación sigue intacta, pero
necesitada de espacios dignos. La evolución de
nuestras sociedades en los últimos años incapacita,
desde el paternalismo, la participación del
ocio y la cultura propia en esta franja de edad,
desprestigiando también profesionalmente el oficio
de músico popular, gremio fundamental en
nuestras culturas a pesar de no ser valorados con
condiciones de trabajo dignas y espacios de música
cercanos, regulares y accesibles económicamente,
aun siendo reconocido por nuestras sociedades
como una figura inherente a la vida.
Ahora que artistas como Rodrigo Cuevas -Premio
Nacional de Músicas Actuales- triunfan entre
la modernidad como herederos directos y legítimos
de un patrimonio de valor incalculable,
devolverles a las personas mayores esos espacios
musicales que nos reclaman a gritos sería importante,
espacios que serán sin duda herramienta
fundamental de diversión y mejora vital, de ahorro
de presupuestos públicos cargados de gastos
farmacológicos prescindibles, al servicio de planteamientos
sanitarios de intereses opacos, con
propuestas narcotizantes en lo político, en lo humano
y en lo emocional.


Empujar para construir espacios de intervención
social y promoción de salud más amables y
humanos, en colaboración con los trabajadores y
trabajadoras de los centros, asociaciones y organizaciones,
debiera ser una prioridad para las
administraciones y también para los músicos, sacando
lo mejor de cada uno de nosotros y nosotras,
poniéndolo al servicio de la sociedad como
trabajadores de esta disciplina artística: la música
como un actor más.
Aunque sería importante medir el riesgo de
crear únicamente espacios artísticos de intervención,
valorando positivamente la prioridad de
vincular el desarrollo al tejido asociativo y comunitario
ya existente. De no hacerlo, una parte parte
de los nuevos profesionales de la música o de
la musicoterapia, pueden caer en planteamientos
que nos trasladen a espacios de intervención similares
a los que pretendemos eliminar, asistencialistas
y con complicidades amplias entre las
tendencias biologicistas o farmacológicas.
En este mismo sentido, intentar acotar la definición
de lo que debe ser el trabajo comunitario,
trabajando sobre el marco real -real- de aislamiento
de las personas de edad, en colaboración
con las estrategias comunitarias ya activas y
desde una teoría que debata su red multicausal.
Luchar a través de las canciones contra el envilecimiento
de la vida en la vejez. Pondremos así,
inevitablemente, en valor la importancia de los
determinantes sociales en su salud, con un alto
índice de pobreza estructural y marginalidad.
También el impacto positivo que la música supondría
para aquellos que no pueden tener acceso
a un ocio de pago.
Podemos cantar únicamente porque tenemos
las canciones, no las soluciones a los problemas
estructurales de soledad ni a las patologías que
de ahí derivan, tal y como informa recientemente
en sus estudios la Organización Mundial de la Salud
(OMS). Es éste un problema de salud pública
que debemos abordar entre todos y todas, mucho
más en contextos residenciales o domiciliarios en
los que la vida fluye con emociones y ritmos complejos.
Apropiémonos una vez más de los itinerarios de
salud, recetémonos canciones y música. Dignifiquemos
nuestras vidas, porque vivir no es durar.

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