El punto de partida de este artículo queda algo lejos de la comarca
del Jiloca, aunque no tardaremos en volver por nuestras tierras.
La historia de hoy comienza en Monument Valley, en la frontera
sur de Utah con Arizona. El 31 de Octubre de 1938 John Ford, tras
trece años sin hacer un western, comienza el rodaje de La Diligencia,
película que resucitaría el género y que se considera fundacional
en la creación del mito de la conquista del oeste en los Estados
Unidos. La obra de John Ford estableció muchos de los iconos que
ya forman parten del imaginario colectivo. Entre ellos, el carruaje
que da nombre al filme: la diligencia, convertida desde entonces en
un elemento recurrente dentro de estas películas y en un emblema
de la época.


La importancia de La Diligencia dentro del género western
es realmente importante, otorgándole un carácter casi mítico a un
medio de transporte que, en la realidad, pronto se vio apartado
por la rapidez y seguridad del ferrocarril. En España, aunque las
diligencias existían desde la Edad Media, estas tuvieron su época
dorada durante el siglo XIX. La primera línea de diligencias del
Estado se creó en 1789, siendo en 1815 cuando se impulsó el servicio
regular de viajeros. Para viajar en ellas eran imprescindibles dos
condiciones: la primera, madrugar, y la segunda estar dispuesto o
dispuesta a aguantar un incómodo viaje de varias horas.
El quizá no tan inhóspito oeste turolense – es decir, nuestra
zona – quedaba vertebrado por dos diligencias que comunicaban
Teruel con Calatayud. Estas estaban subvencionadas a Causa del
Servicio de Correos y, como contaba Martín Lucia Anechina en 1957
“me río yo de las que nos sacan en las películas. Estas comparadas
con las que teníamos aquí eran una cosa parecida a lo que puede
ser actualmente el ‘borreguero’ (así se conocía al ferrocarril de la
época)”. Y no era para menos: el trayecto de Teruel a Calamocha
era de seis horas y media, partiendo a las 7:30 y llegando alrededor
de las dos.


Estas diligencias tenían quince plazas, y quien quisiera viajar
tenía que llegar al sitio de salida con al menos media hora de
antelación. Al haber plazas tan limitadas, se prefería al que hiciera
el viaje más largo. Después de hacer la hoja de ruta, se le daba la
preferencia para el día siguiente a quien se hubiera quedado sin
asiento. Estas diligencias constaban de cuatro ruedas y estaban
tiradas por seis caballos. La empresa tenía contratados a varios
mayorales que se encargaban de renovar las caballerías cada 30
kilómetros para evitar el cansancio y el desgaste de los animales.
En los carruajes también había primera, segunda y tercera
clase, dependiendo de si estaban dentro, en la parte posterior o encima
de la diligencia junto al portaequipajes. El viaje podía ser una
auténtica travesía: en verano, hacía un calor insoportable en el interior,
siendo casi imposible abrir las ventanillas por la polvareda
que levantaban los cascos de los caballos – lo que nos hace preguntarnos
cómo llegaría la gente que se sentase en el exterior -; y en
invierno el frío y las nevadas obligaban a cubrir el suelo de paja
para proteger los pies.


Si en el pueblo por el que pasaba la diligencia había Guardia Civil,
el mayoral les daba el aviso para indicarles que no se había perpetrado
ningún atraco durante el trayecto. Como anécdota, se cuenta
que, si en la diligencia viajaba algún alto cargo de los guardias, el
mayoral los prevenía gritando “¡Capitana!, ¡capitana!”.
También nos ha llegado una historia que sucedió en Monreal. A
la altura de Torremocha subió un cura a la diligencia para asistir
un entierro en un pueblo cercano. La diligencia se atascó y el mayoral
se bloqueó, pues estando el cura delante no le parecía bien jurar
ni emplear el lenguaje propio para esas ocasiones. Como las mulas
no querían arrancar, se acercó al cura y le dijo “Si quiere llegar a
tiempo al entierro, tápese los oídos”, a lo que el cura contestó “Pues
venga lo que Dios quiera. Yo rezaré”, llegando a tiempo a su oficio.
Las diligencias desparecieron en España en 1901, cuando se inauguró
la Compañía de Ferrocarril Central de Aragón, dejando atrás
historias como estas y los viajes a caballo por los áridos paisajes del
oeste aragonés.


Si te interesan más historias como esta puedes consultarlas en
http://elbauldelamemoria.org. Esta pertenece a un fragmento del
suplemento ‘Jiloca’ del diario ‘Lucha’, que tenemos digitalizado en
la web. Para cualquier duda, escríbenos un correo a secretaria@
xiloca.com. Y tú, ¿conoces más historias como esta? ¡Queremos saberlas!
Acércate, pregunta, curiosea.

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