Los domingos a las nueve la batalladora ermitaña hacía sonar
el primer toque en las campanas del Santo Cristo. Desde la cama
se podía sentir el trajín. Distinto según la época del año. Al silencio
de las mañanas de invierno le sucedía el ruido de escobas y
corros bajo cualquier geme de sol por escaso que fuera: “Tirar a
cáscala mañas, no vais a llegar” zanjaba la Moracha el rolde y
obedientes y mudadas a escape se jopaban y subían la costera hacia
lo del Carretero tocando las puertas al tiempo que guipaban
a las delanteras pasar por el rabal camino de una ermita llena
hasta las cachas. ¡A joderse de frío! La Gitana se quedaba en el
barrio, tan devota como el resto, acudía a sentir misa a las monjicas
una hora después.


Las prisas marcaban la llegada, pero no la
vuelta. Entre medio lo de menos, la misa. No
cale engañarse, mi abuela Rosa y sus amigas
se la pasaban por las sayas del triunfo: “Los
curas son hombres como nosotras” decía la
Carmen y se reía, “Menudos sermones, ya se
podían ir todos a cascársela a Luco y dejarnos
a solas con los santos”.
Ir a misa era pura rutina, un acto social entre
iguales, cara el sol del rabal se formaban
grupos de figuras grises y negras. Viudas de
moño, pañuelo a la cabeza y toquilla de lana.
Sabias y cultas hasta lo inimaginable aun sin
saber letra. La política siempre al margen pues jamás esperaron
nada bueno. Hablar de lo que se ve nunca fue en el rabal criticar.
Si en aquel gallinero se abría y cerraba la puerta a todas horas,
si al entriparrao ese lo habían echado otra vez por haragán, si
aquella pispotera estaba preñada, si aquel carnuz no pasaba con
un cántaro de vino al día, si aquel zancarrón andaba más jodido
que Arpa Vieja ingresado por Teruel, si a mi ver al muchicho
aquel, zagal tan poca cosa lo habían echado a África en la mili.
Para rematar había dicho el parte que iba a subir el pan. Menuda
jodienda. Al final les iba a tocar masar otra vez.


El cura ensotanao enfilaba al barrio bajo como alma que lleva
el diablo tal y como había venido. Sin saludar, con aire marcial
más solo que la una sin atreverse a pararse en corro alguno. Lecciones
pocas podía dar, ni una confesión ni media docena de hostias
había dado a toda esa recua que solo se llegaba hasta allí a
alcagüetar en lugar de rezar. Su destino estaba claro, el infierno.
Mientras el del cura por ahora era la misa en las monjas. A lo que
volvían a casa era la hora de repelar el conejo y echar el arroz y
mientras reposaba llegaba la Moracha y pasaba por casa y decía
aquello de “niña, a que no sabes de que me enterao allá abajo.
Olvídame que no es mi santo. La hostia maña que bien güele, que
golica me da. Yo ya no aprenderé a cocinar” y mi abuela le decía
“espera niña que te cuente primero lo que han cascao en el rabal.”
“Redios que par de alcagüetas somos.

Lo mismo
que las demás, parece que solo vayamos a
misa a goler. Pero si alguna va al cielo seremos
nosotras. El cura ya te digo yo que no. Ese no
irá, ni ninguno. Como yo iré primero allí estaré
con el mango del azadón en una mano y el hierro
rusiente de la estufa en la otra para en cuanto
asome el morro alguno que yo me sé, darle
como a un tocino.
Y a todas esas beatas meapilas que van detrás
del cura como perros falderos, que van a misa
de doce tan peripuestas, ¡chica si hasta se pintan!,
que se creen las marquesas de Monflorite
también les atizare, a esas las sacaré a hostias.


Alguna salvaré, como todo, pero niña es que me tocan los huevos
cuando las veo subir las gradas de vuelta a casa, que van andando
y se van crujiendo. Y no paran de confesarse y pasan todos
días a comulgar, redios, se ve que en casa no comen. Y de qué
cojones se confesarán si yo no he pecado en toda mi puta vida.”
“Y esta tarde maña qué leches hacemos vamos al entierro u qué,
del zángano este que por fin se ha muerto, ¿te adolece o no? Aunque
solo sea por verlo muerto, que se joda y arda, con todo el mal
que hizo. ¿Qué se creía que no se iba a morir el tío el copón? La
mala vida que le dio a la pobre de su mujer, te acuerdas maña. Él
se tenía que haber muerto y no ella. ¡Vaya dios tenemos que lo ha
dejado vivir tanto!”.

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