Antes que él, lo hicieron Marco Polo, El Cano o Magallanes, sin embargo, la aventurosa vida de este aragonés, nacido en el Frasno en 1645, tiene poco que envidiar a la de los mencionados viajeros.
Recordamos hoy a Pedro Cubero Sebastián, el que para muchos historiadores es el primer ser humano del que se tiene noticia en dar la vuelta al mundo de Oeste a Este, siempre al encuentro del sol, al contrario de como la habían hecho anteriores expediciones capitaneadas por hombres que han pasado a la historia por esos hechos y cuyos viajes habían sido por mar, pisando tierra únicamente para proveerse de víveres, mientras que nuestro paisano lo hizo casi siempre en solitario y por tierra. Andando, en burro, camello, carreta, trineo o barcazas surcando ríos, y además, como ya hiciese Marco Polo, su viaje quedó registrado en un libro que posteriormente él mismo escribió en 1680, “Peregrinación al mundo”, en el que además de describir los lugares por donde pasó, lo hizo también de algunos “extraños” animales y plantas como el que comúnmente se denominó Gran Bestia que resultó ser una hembra de alce o el Árbol de la canela, que no era sino una variedad de laurel. De este libro se hicieron al menos dos ediciones más en 1682 y 1688 y sirvió de guía para posteriores viajeros.
Pedro había estudiado humanidades y filosofía en Zaragoza, más tarde jurisprudencia y teología en Salamanca y Roma, en donde el Papa Clemente X le concedió el título de predicador apostólico y le autorizó para propagar la fe de Cristo en Asia y en las Indias Orientales. Volvió entonces a España y tras unos días de escasos preparativos comenzó su viaje pertrechado con un pequeño zurrón, su báculo y su breviario. Contaba entonces con 25 años, y tras visitar al Santo Cristo de Calatorao, comenzó su aventura en Zaragoza, desde donde se dirigió a París y Lyon, de aquí a Ginebra. Atravesó los Alpes y el Norte de Italia, pasó por Florencia y Siena y desde aquí se encontraba de nuevo en la Ciudad Santa desde donde comenzaría lo que el mismo consideraba su Peregrinación Evangélica, aunque antes visitó Venecia, Austria y Hungría. Descendió luego por el Danubio y se adentró en el Imperio Otomano hasta Estambul, atravesó el gran ducado de Lituania, que en aquel tiempo se extendía hasta Ucrania y desde ahí, en pleno invierno y en trineo, llegó hasta Moscú recorriendo territorios hasta entonces muy poco explorados.
Pasó por Astracán, donde probó el caviar y erigió un oratorio dedicado a la Virgen del Pilar en un suburbio poblado por extranjeros. Descendió por el Volga hasta el mar Caspio, viajó a Persia y pasando por Qazvín, Isfahán y Persépolis llegó al golfo Pérsico en donde embarcó hacia la India.
Por fin en Asia, predicó en varios lugares de la costa hindú regentados por portugueses, ingleses y holandeses, recorrió Ceilán, las islas Maldivas y la costa del golfo de Bengala, atravesando luego Malasia, sus últimas etapas antes de entrar en territorio español, las islas Filipinas, en donde embarcó en el galeón Manila que comunicaba el archipiélago asiático con Acapulco. Recorrió Méjico a pie, de costa a costa, cumpliendo con su misión apostólica de difundir el Catolicismo siempre que le fue posible y en Veracruz se hizo a la mar rumbo a España. Tras hacer escala en La Habana, Pedro Cubero Sebastián pisó de nuevo suelo peninsular en enero de 1680, tras nueve años de, en ocasiones penoso viaje, pero con la satisfacción de, según sus propias palabras, haber dado la vuelta “a toda la redondez del mundo”.

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