Mi nombre es Silvia y soy de un pueblo de Andalucía. Mi historia comienza con 16 años cuando conozco a un chico, y ya desde el primer momento, dio signos de que no era una pareja normal, no podía salir de casa sin él, maquillarme o arreglarme porque amenazaba con suicidarse si yo lo hacía.
Cuando llevábamos un año, me dijo que cogiera algo de su cartera y salió un papel con un número de teléfono de una chica, entonces yo le pedí explicación y ahí fue mi primera bofetada, cosa que nunca conté a mi familia por vergüenza. Todo su afán era que yo me quedara embarazada porque él no se llevaba bien con su familia y quería salir de su casa. Con 20 años, me quedo embarazada y mi madre me dice que me tengo que casar, aunque mi padre no quería (sospechaba o intuía que algo no iba bien), pero aún así lo hice.


La cosa era cada vez peor, más insultos, empujones, vejaciones, un infierno, pero cara al público éramos la pareja perfecta. Pasó el tiempo y con 26 años tuve a mi segundo hijo. “Parece que este hombre está cambiando” me decía yo, pero no era así. Todo fue a peor cuando lo despidieron del trabajo, yo lo defendí a él y dejé de tener contacto con mi familia. Esto fue lo peor que hice, ya era su marioneta, me manejaba como quería y hacía conmigo lo que quería.


Como una madre coraje, fui a buscar trabajo y el mismo día lo encuentro a él en casa, supuestamente con una depresión. Yo trabajaba, hacía la comida, limpiaba la casa y decidí hablar con el jefe de cocina del hotel donde trabaja y lo metí a trabajar allí.


Un día, tuvo un accidente y estando en la UCI sonó su teléfono, para mi sorpresa era una chica, “su pareja”. Ahí parece que vi el cielo abierto, yo era catequista de comunión y le comenté al sacerdote que me estaba siendo infiel. La respuesta fue “no puedes romper un sacramento y hay que perdonar”. Pero yo no quería, era mi oportunidad de salir de mi infierno, pero mi hijo me pidió que no dejara a su papá. Como buena cristiana, sigo con él, pero sin tener vida matrimonial, y ahí empieza el infierno pero con el demonio metido en casa.
Entro en tan gran depresión que tengo que dejar mi trabajo y mi única opción era hacer voluntariados para estar el menor tiempo en casa. A él le diagnostican esquizofrenia paranoide, empiezo a engordar por el tratamiento que tomaba y me insultaba diciéndome “solo puedes ser puta, quién se va acostar contigo, que que asco de mujer, no vales para nada…”.


El ayuntamiento abrió una bolsa de limpieza, me apunté y me llamaron enseguida. Vi otra salida más, dejé mi tratamiento y me empeñé en ser la Silvia de antes. Me refugié en el trabajo, el deporte y para él ya era una puta porque mi cuerpo volvía a ser el que era. Me seguía con el coche cuando salía a correr, me esperaba en la puerta del colegio, etc.


Una maestra se acercó a mí y me preguntó si me pasaba algo, notó mi tristeza, y me dio el mejor consejo que se le puede dar a una persona: Se tú, Silvia, no es tu dueño, se valiente y se feliz. Ese día cuando llegué a casa dije que todo se terminaba, el se calló la boca porque estaba mi hijo, pero el niño me dijo “mamá no puedes seguir así, lo mejor que podéis hacer, cada uno por su lado”.
Con tan mala suerte que me puse enferma. Me diagnosticaron fibromialgia y me tuve que ir a mi segunda vivienda con él. No podéis imaginar la pesadilla que pasé, con insultos diarios y empujones.
Después, decidí a ir a limpiar mi casa del pueblo y trasladarme allí, ya que me encontraba mejor, pero eso no eran mis planes, puesto que en la última pelea que presenció mi hijo y su novia me dijo: “Si no eres para mí, no eres para nadie, te mato, te entierro y nadie te va a encontrar, y a mí como esquizofrénico no me va a pasar nada”.


Me levanté temprano, fui a mi casa, escribí una carta de despedida para mi hijo y me tomé todas las pastillas de su tratamiento de esquizofrenia. No recuerdo nada, solo que desperté en una sala con dos psicólogas, ante las que callé.
Empecé un tratamiento en la asociación de fribromialgia, en la que me llevaba una psicóloga y a la que yo me abrí y conté toda mi historia. Ella misma me mandó a la asociación de mujeres maltratadas y allí me aconsejaban que denunciara, pero por mi hijo yo no quería.
Este hombre aprovechaba cuando mi hijo no estaba en casa para venir de madrugada y cuando me despertaba estaba allí parado mirando cómo dormía, estaba asustada y decidí contarle a mi hermana lo que me estaba pasando. Mi padre me llamó y empezamos a tramitar el divorcio.


Las amenazas seguían, hasta que ya eran mucho más fuertes y decidí poner la denuncia. Mi hijo se fue de casa por eso. En el momento del juicio estaba tan asustada que tuve que ir al médico con un ataque de ansiedad. Pensé: ahora sí que es un calvario, no tengo a mis hijos, su padre les cuenta mentiras de mí y los pone en mi contra.


Entonces, Dios me dio lo mejor que ahora mismo tengo: Jorge. Empezamos a hablar, se lo dije a mi padre, y me aconsejó irme. Le pregunté si podía ir a Zaragoza, que era donde Jorge trabajaba. Mi padre habló con él y así lo hicimos.


Vine a conocerlo y cuando volví a mi casa la habían saqueado entre mi hijo y su padre. Vivir allí era como una cárcel, no podía salir por miedo a que me hicieran algo. Hasta que mi padre llamó a Jorge y le pidió si podía ir a Zaragoza por un tiempo. “Si ella sigue aquí, me la van a matar”, le dijo. Jorge aceptó y ha sido lo mejor que he hecho, y por la paz y tranquilidad que siento ahora en estos pueblos despoblados, ya que actualmente vivo en Barrachina, donde gracias a Jorge tenemos una empresa de limpieza (Robut).
Él me ha hecho ser una mujer realizada y emprendedora. Así que te digo: busca ayuda, sí se puede y no te dejes avasallar por nadie, somos libres, es nuestra vida y juntas seremos un equipo.

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