Érase una vez dos amigas llamadas Isabel Cigarra Pérez y Pilar Currante López. Vivían en Villaverde, un pequeño pueblo de Teruel. Las dos tenían doce años, habían acabado sexto de Primaria e iban a comenzar su andadura por el instituto.
Pilar andaba nerviosa, con tremenda ilusión, pero pensando en cómo iba a llevar esa nueva etapa. Sin embargo, Isabel pasaba el día hablando con sus amigos por el Facebook y sin preocupación alguna.
Así pues, empezó el curso. Pilar estudiaba y estudiaba, mientras su amiga perdía el tiempo y se divertía con su portátil. A esto, se añadía un interés especial por la música, por lo que los cascos formaban parte de su cabeza. Soñaba con cantar en un grupo de rock y ser famosa.
Fueron pasando los años, los cursos, y Pilar llegó a la universidad, donde emprendió la carrera de Derecho. Mientras, Isabel, obligada por sus fracasos académicos, dejó el instituto y se enroló en el tan deseado grupo de música. Ambas se distanciaron y ya no supieron la una de la otra. Habían tomado caminos y ciudades diferentes.
Como en todo comienzo, Isabel estaba loca de contenta. Ganaba dinero, vivía la noche y dormía el día. Pero todo esto la condujo a un mal vivir que desembocó en malas compañías y demasiados vicios.
En una de sus actuaciones por Zaragoza, donde era telonera de un concierto de AC/DC, hubo una redada y la pobre rica llevaba demasiada cocaína en su bolso. La policía la detuvo y la trasladó a la cárcel de Daroca. Tras permanecer allí varios meses, el destino le deparó una gran sorpresa: Pilar la defendería ante el juez.
Como era una prestigiosa abogada y conocía bien a su defendida, consiguió demostrar que Isabel nunca había consumido droga, sino que algún falso amigo le tendió la trampa de introducirla en su bolso. Así, consiguió su libertad, a sabiendas de que era buena persona y una pobre ignorante.
Isabel comprendió que toda su vida había sido un cuento, un error, y que Pilar, en cambio, se había construido un futuro precioso gracias a su estudio, dedicación y esfuerzo.