Por Jesús Blasco

La carencia de la tradicional feria de Todos los Santos no impidió que los calamochinos tuviéramos un puente la mar de entretenido con cacerolada incluida a consecuencia del proyecto de ordenanza para peñas, en la que nuestro señor alcalde se ha dejado unos cuantos pelos en la gatera, lo mismo que le ha ocurrido a una buena parte de la juventud local, que lejos de sentarse a escuchar ha estado entretenida en agitar la colmena y sin reparar en el significado de dos importantes palabras aparecidas en este contexto, como lo es borrador, cuyo significado se refiere a un texto provisional susceptible de cambios, y ordenanza, la otra palabra en cuestión, que como su nombre alude es un conjunto de normas para poner orden en donde no lo hay, aunque alguien haya querido ver esta propuesta como una de las siete plagas de Egipto para cargarse a las peñas, cuando precisamente se trata de ir a mejor.

Lo más sorprendente es que los del palacio municipal se enteren a estas alturas cuando el tema lleva más de una década como motivo de preocupante conversación en todos los veladores veraniegos de la city, y sin que la concejalía de participación ciudadana que tuvo delegación y cartera ministerial en la última legislatura se molestara en mover ni una hoja, acabando su mandato y marchándose tan ricamente a su casa más tranquila que unas pascuas, después de hacer perder el tiempo a unos cuantos vecinos con varias reuniones que no han servido para nada y que a la postre han sido obviados, como queda palpable y a las pruebas me remito con la nueva concejala, que ha eclosionado tirando de chequera con el dinero que algunos llaman de nadie, y entrando en un delicado  terreno con la finura propia de un elefante en una cacharrería.

Llegar hasta este punto es la consecuencia lógica de un cúmulo de circunstancias como la de empezar las peñas desde junio hasta después del Santo Cristo; saltarse los horarios y estar la noche entera de jarana hasta que el sol alumbra en lo más alto; junto a la inacción de otros protagonistas como la administración local y actitud de mirar para otro lado; la compostura de  determinadas peñas que con su escaso civismo se han pasado siete pueblos y tienen hartos y subidos por las barderas a sus vecinos de medianil; lo mismo que aquellos dueños de locales que han alquilado a la ligera sin reparar en el riesgo de jugarse su patrimonio de ocurrir algo serio.

Todo este desaguisado hace ya tiempo que debería estar resuelto como ha ocurrido en numerosas localidades aragonesas, salvo en nuestro caso que llegamos rezagados y cabreando al contribuyente que además tiene que soportar la adjudicación del susodicho reglamento a una empresa externa, como si dentro de la plantilla municipal (segunda del municipio en número de trabajadores), no hubiera capacidad de redactar una normativa que tenga en cuenta las peculiaridades de este lugar que nadie conoce mejor que nosotros.

Pero en fin, ahora el problema lo hemos traído a encima de la mesa y ahí permanece pendiente de solución; con más o menos ganas hay que volver al punto de partida y reiniciar el diálogo de las partes cuanto antes porque el asunto no puede demorarse y el tiempo juega en nuestra contra. Hay que viajar, elegir una comisión mixta y marchar a otras localidades para enterarse de como han superado este marrón para ponerlo en sintonía con las leyes aragonesas, no nos sirve el ejemplo de un Teruel que no precisa locales, o Zaragoza con un interpeñas al otro lado del Ebro, el problema lo tienen pueblos como Calamocha donde hay peñas con locales para todas las edades desde los alevines a las sociedades gastronómicas de sus padres o abuelos. A una hora de viaje tenemos una localidad con ordenanza similar donde nos contarían su experiencia lo mismo que otras poblaciones donde han sorteado el problema de manera diferente.

Lo cierto es que las cosas van a cambiar y  no es lo más aconsejable actitudes a lo Poncio Pilato ni esperar el toro a portagayola en vez de una actitud  de mayor concordia por parte de todos y amoldarse a tiempos nuevos y leyes sobrevenidas que nos exigen aceptación, valentía para afrontar los cambios, y genialidad para resolverlos. Pero que nadie se agobie ni dude, porque de otras más gordas hemos salido.

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