POR JESÚS LECHÓN

“En el nombre de Cristo y de su divina clemencia, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Amén. Yo Raimundo, conde de Barcelona, príncipe de Aragón y Señor de Zaragoza y Daroca, situada esta última en los confines de la tierra…”

Un buen día, ¿a quien no le ha pasado? Caminando más allá de los confines de la tierra en el lugar que te viera nacer, orgulloso, te has sentido el ser más afortunado del mundo al tiempo que un escalofrío como el último rayo que partió y tiño de negro el chopo que dejaste atrás te detiene y recorre el cuerpo amenazando con llevarte el alma. Parado en seco como tu mismo corazón, giras a tu alrededor con la vista perdida en la roya tierra que surcas eternamente delimitada por ocres y verdes, donde el frio y el sol se funden en una misma cosa y es entonces cuando te preguntas ¿qué habría sido de ti de no haber tenido la suerte de nacer allí mismo?

Te recuperas con la torre de la iglesia calamochina a la vista te sientes a salvo y llegas a la conclusión de que de no haber nacido en Calamocha. Monreal o Daroca habrían sido los lugares elegidos.

Hoy aún lo tengo más claro y la próxima vez que me deje llevar por el camino real y cuando menos me lo espere fundido entre su tierra un nuevo escalofrío me recorra el alma y me detenga el corazón, sin duda, pensare en lo evidente: de no haber tenido la suerte de ir a nacer en Calamocha me habría gustado hacerlo en Daroca. Recuperare el aliento, el pulso, buscare en el horizonte una vez más como guía la salvadora torre calamochina, esta me devolverá la tranquilidad y comenzaré andar cara Mont Real.

Ya no albergo duda alguna de donde haber llegado a ver la primera luz después de leer en las ultimas tardadas de invierno a Pascual Sanchez, caballero sin espada. Darocense que viene a recordarnos a unos pocos y asombrar a los mas lo que un día fue su ciudad y sus confines, sus pobladores, caballeros y menos caballeros, cristianos o no, iglesias, hospitales, conventos, cofradías, su sangre derramada en mil y una batalla, obras faraónicas, amores, leyendas, conspiraciones y hasta reyes y no pocos, pues casi se puede decir que no hay rey de España que no haya estado allí.

Tuve la suerte años atrás; Hablo de cuando la comarca era otra de conocer a toda mi quinta darocense compartiendo pupitre en el instituto calamochino y doy fe casi cuarenta años después de que eran unos magníficos embajadores de su tierra, sin duda soberbios, pues casi todo cuanto nos va a contar don Pascual, era por ellos a grandes rasgos pregonado y por nosotros, los villanos, escuchado con tanta atención como incredulidad. Su ciudad a principios del siglo pasado tenía ni más ni menos que siete casinos, lo cual se dice pronto, más si la comparamos con Calamocha. Siete de todo. Ellos eran ciudad, nosotros y Monreal tan solo villa. Heroica ciudad dormía la siesta.

Vengo de leer entre sus muchas obras la más reciente Relatos de Daroca y otros lugares. Cuando mi madre me vio llegar a casa con el libro, lo tomo y dijo “En cuanto lo leas, me lo traes”. He de reconocerlo, cuando recibe el Comarcal su articulo es el primero que lee. “Cuenta unas historias tan bonitas”

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En plena pandemia leí Setenta Leguas, con la historia de los Sagrados Corporales y hasta escribí una reseña para publicar aquí mismo por las no fiestas del Corpus de 2020 pero la falta de espacio, la pandemia era la prioridad, lo impidió, en cualquier caso, meses atrás para el Centro de Estudios del Jiloca por fin la reseñe y la verdad no me complique mucho, lo hice en dos palabras: Obra maestra

Acabo ya; Tan solo recordar e invitar a leer a aquellos que no se cansan de decirnos que fuimos y somos tierra de paso. Nada más lejos de la realidad, pues nuestra tierra, para que nos entendamos, es más bien una pasada. Basta con mirar atrás y leer. Leer para creer cuanto paso y adivinar cuanto pueda quedar por suceder en el centro mismo de la tierra conocida.

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