Hoy la columna, balcón abierto a todos, abre de nuevo su puerta por segunda vez a Paquito Tío Raba. Y me da la impresión de que habrá una tercera y quién sabe si más si le da por contar tanto como teme olvidar a causa de la edad.

En esta ocasión nos hace cómplices de un recuerdo de aquellos días del despertar a la vida de los maravillosos setenta. El Jiloca, el verano y las chicas de la mano de su inseparable amigo Fermín, a quien tanto echa de menos desde el día que dejó Calamocha. Y un tesoro en forma de paquete de tabaco Fortuna.

Si meses atrás fue uno mismo quien edito su artículo, esta vez ha sido la magnífica escritora calamochina Cristina Jiménez. El caso es que también me lo había pedido a mí, pero como me retrasaba, con prisa por triunfar en su faceta literaria, el último de los rabaleros pensó en Cristina. Debería de tomármelo como un acto de infidelidad, pero no lo haré, es comprensible, Paco siempre busca la excelencia.

Dice así:
“¡Jo, qué tarde tan buena”, le dije a mi amigo Fermín. Ese día aprendí a nadar. Estaba seguro de que, cuando vinieran las amigas, se ilusionarían. Por lo pronto, ya teníamos suerte: ¡nos habíamos encontrado 17 pesetas! Serían de alguna pareja que se había dado algún revolcón… ¡Ya teníamos para comprar golosinas ese domingo!

Las oí por la senda. Yo flotaba en el agua. Era mi segundo verano en la práctica natatoria. Al año siguiente, terminaríamos la E.G.B. ¡Qué brillo de ojos! ¡Qué piel tiritando!

El sol caía. Ellas no se metieron al agua. De las cuatro, dos iban en bikini y las otras dos, más pudorosas, no se desvistieron. Mi amigo jugueteaba y hablaba con ellas.

“¡Mañana, doble celebración!”, decían. “Ha aprendido a nadar y, para colmo, se han encontrado calderilla en el verdín del prado. ¡Qué bien! Nos compraremos los chicles Cosmos y, si sacamos el cromo 36, ya tendremos para un balón de los que tanto le gustan a Paquito.

Como son tan de compartir las pelas…”, comentó una. “O estos pillines se irán a escondidas a comprar una cajetilla de tabaco a la Encarna “La Miércolas”, con la excusa de que es para su tío Pepe, y la esconderán en una teja del bajo pajar de Mariano para ir a echarse unos cigarrillos los domingos siguientes”, sugirió otra.

“Bueno, quién sabe. Hasta mañana, ya lo pensaremos”, contesté. Una tarde de verano. Feliz. Como la mayoría de esa época.

Paquito Raba y Fermín
Paquito Raba y Fermín
Comparte esta Noticia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *