DESDE COLOMBIA:

Jun 10, 2022

EN COLABORACIÓN CON ACCEM

“Asumimos que la guerrilla no quería que mi suegra estuviese trabajando en las actuales campañas presidenciales y la opción más viable era irnos del país”

Esta no es la historia más hermosa que pudiera contar de mi país, pero es una realidad que han pasado muchas personas en Colombia, una realidad que, lamentablemente, me ha tocado vivir y lidiar con las consecuencias que ha traído.
A la edad de 16 años, en el mes de diciembre del 2007, mi padre llegó a la casa con la noticia de que debíamos empacar e irnos a la capital, Bogotá. Experimentar el duelo de dejar mi ciudad, mis amigos, mi familia… No entendía mucho, solo sabía que mi padre estaba huyendo de esa parte negativa que ha vivido mi país, un reclutamiento guerrillero del pueblo Sitionuevo, en Magdalena, un pueblo a una hora de Barranquilla. De ahí, procede mi papá, un hombre trabajador de quien puedo decir que es el mejor chef de cocina. Perdió todos los bienes que había logrado con su trabajo, sus terrenos y su tienda. Dejó todo para darle un nuevo comienzo a nuestras vidas, algo de lo cual económicamente nunca se ha recuperado.


Un año después, mis padres se separaron. Quedé viviendo con mi padre y mis hermanos menores, asumiendo responsabilidades que, para mi edad, no me resultaron fáciles porque debía trabajar y estudiar. Aun en esas circunstancias tan difíciles, logré mi título universitario.


Posteriormente, decidí retornar a Barranquilla en el año 2013, donde conocí a mi esposo y padre de mis dos hijos. Formamos un hogar maravilloso. Como cosas de la vida, teníamos en común una situación: ambos somos víctimas del conflicto armado. Su padre fue policía y falleció en una emboscada de la guerrilla FARC y mi padre, con suerte, logró escapar de la muerte y sufrió un desplazamiento forzado.
Por otro lado, está mi suegra, que es una líder indígena Wayu. Es una mujer de noble corazón que defiende los Derechos Humanos, una líder social comunitaria que ha trabajado en campañas políticas para el bien del pueblo y que ha sufrido amenazas continuas por parte de la disidencia FARC por defender a los más vulnerables.


De tantas amenazas recibidas, ella optó por enviar a su hijo menor a otra ciudad, creyendo que así podría alejarlo de los problemas que esto pudiese traer, pero todo se tornó gris el 26 de agosto del 2021, cuando íbamos rumbo a nuestros trabajos.
Mi hijo, de seis años, desayunaba en la sala de mi casa y, mientras me despedía de él y recogía mi bolso, escuché siete disparos. Corrí y abracé fuertemente a mi hijo. Recuerdo que mi esposo estaba fuera de casa, esperándome.
Quedé en completo shock. Vi salir de casa a su hermana, su mamá y al resto de la familia. Pensamos lo peor, pero, por cosa del destino, el vecino, que fue policía, sospechaba que algo iba a ocurrir, ya que había visto a los delincuentes pasar varias veces por la zona y estaba atento por si algo podía suceder.
Al pasar nuevamente los delincuentes y ver lo que pretendían, desenfundó su arma y brindó la oportunidad de que mi esposo se salvara de tan salvaje asesinato, pero los delincuentes, al ver que no lograron su cometido, no se retiraron sin antes advertirle a mi esposo de que volverían a por él.
Tras los hechos ocurridos, la familia se reunió para buscar una solución y tratar de comprender por qué ocurría esto. Solo asumimos que la guerrilla no quería que mi suegra estuviese trabajando en las actuales campañas presidenciales y la opción más viable era irnos del país. Por esa situación, dejamos nuestras vidas y nuestros trabajos, vendimos nuestro piso y comenzamos de nuevo en la que ahora es nuestra casa, España.


Es lamentable que, solo en el primer trimestre del 2022, hayan asesinado a 52 líderes sociales. Es algo que poco hablan de nuestra hermosa Colombia y, si no hubiese sido por la ayuda de Dios y de nuestro vecino, mi esposo hubiese sido víctima de ellos.
Actualmente, esperamos que mi suegra y demás familiares puedan salir de Colombia y comenzar una nueva etapa en nuestras vidas, no solo para nosotros sino para nuestros hijos.
Asimismo, estamos profundamente agradecidos a la organización ACCEM Burbáguena, que nos acompaña en este proceso cubriendo necesidades básicas, como alojamiento y alimentación, pero, también, cuidándonos desde lo emocional con atención psicológica y múltiples talleres con abordaje educativo, lúdico y terapéutico. Mejoran la calidad de vida de todos aquellos inmigrantes o refugiados que llegamos buscando bienestar, contención, protección. Siempre estaremos profundamente agradecidos por la tarea tan noble que realizan: la de acompañar a millones de personas a comenzar una nueva vida.

Comparte esta Noticia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *