Los hermanos Eduardo y Óscar Úbeda, naturales de Calamocha, crearon sus propios cortos ‘Una historia familiar’ y ‘Veintinueve’, rodados en el Pirineo y presentados en su pueblo natal antes de llegar a festivales nacionales
El cine es una de las herramientas más potentes de las artes. Su potencia radica en poder transformar el pensamiento de quien lo consume.
Cuando durante toda tu vida has sido un gran apasionado y consumidor de cine, sientes que de alguna manera estás en la obligación de devolverle al cine lo que te ha dado, o como poco intentarlo.
Comenzar un proyecto, del tipo que sea, siempre es complicado, pero afrontar uno cultural donde sabes que recuperar tu inversión es prácticamente imposible, es trabajar por amor al arte.
Si hablamos del cortometraje, mal llamado “el hermano pequeño del largometraje”, se hace más difícil que llegue al consumidor. Evidentemente es el formato en el que empieza todo realizador y realizadora, por ser más manejable a nivel de gasto y de producción, pero hay que reconocer que a veces es más difícil comprimir una historia en 15 minutos que si tuvieras la posibilidad de hacerlo en una hora y media.
Cuando estás escribiendo un guion con la idea de convertirlo en un corto, hay muchos condicionantes que afectarán a tu historia. Cuánto dinero vas a necesitar, cuántas actrices y actores van a participar, las localizaciones donde lo rodarás y qué material necesitarás de iluminación, sonido, atrezzo, cámara, etc.
Si haces cortometrajes low cost la cosa se complica aún más. Esa limitación hace que no hagas lo que quieres sino lo que puedes; todo tiene que ser adaptado a la mínima expresión de gasto para poder realizarlo. Aquí es donde entra la magia de recrear situaciones con lo que tienes a mano y con mucha imaginación.
Eso sí, hacer cortometrajes con presupuestos bajos o autofinanciados te da la libertad de afrontar tu proyecto de forma totalmente independiente, te permite hacer tu cine, y esto no tiene precio.
Una de las vías para poder afrontar un proyecto audiovisual de este formato, sin acabar endeudado por unos cuantos años, son las ayudas. El problema con las ayudas es que casi siempre caen en las mismas manos. No digo que sus proyectos no las merezcan, pero ver siempre los mismos nombres es cuanto menos sospechoso.
Hacer cortometrajes es hacer un laborioso ejercicio de generosidad, con un recorrido habitualmente corto y con suerte quizá puedas llegar a disfrutar de selecciones en festivales e incluso ganar alguno, pero para acceder a festivales realmente relevantes, festivales de los gordos, hace falta también presupuesto.
Los cortometrajes con cierto presupuesto habitualmente tienen una calidad audiovisual acorde a la calidad de sus equipos, que suele ser alta. Esto, sumado a algún actor de cierto renombre, hace que sea casi imposible competir con estos trabajos. Pero todo esto hay que pagarlo, claro, y hay veces que el precio no es sólo económico.
Una de las cosas que más hemos disfrutado de este proceso ha sido rodar en los Pirineos oscenses y poder reafirmarnos en que tenemos muchos lugares increíbles en Aragón.
Después de una emotiva presentación en nuestro pueblo natal, Calamocha, ahora toca mover los cortometrajes para ver qué aceptación tienen en los festivales nacionales y porqué no, en los internacionales, para mostrar nuestros trabajos. Estos están disponibles en el canal de YouTube de nuestra productora Distopía Audiovisual.