Si tuviésemos que definir a Villafeliche con dos palabras sin duda serían estas: “pólvora y barro”. Ya desde la Edad Media, los musulmanes habitantes de Villafeliche, así como los de Morés y Sestrica, simultaneaban sus tareas agrícolas y de albañilería con la fabricación de pólvora en pequeñas cantidades, en rudimentarios molinos.
Sin embargo es en el siglo XVI cuando la fabricación de este producto llegó a alcanzar una gran producción, y parece ser la principal razón su privilegiada situación a las afueras de la población, un lugar idóneo en muchos sentidos. Villafeliche se encuentra en un pequeño valle encajonado entre montañas que lo protegen de los vientos, por el que discurre el río Jiloca, que sirvió de fuerza motriz para los molinos que estaban alineados en una hilera de casi 900 metros con la “Acequia de los Molinos”, cuyo caudal movía su maquinaria. Los molinos eran pequeñas construcciones, normalmente rectangulares y se encontraban independientes unos de otros con el fin de, en caso de explosión de uno de ellos, evitar la propagación con los demás.


Además, Villafeliche y su entorno contaba con cáñamo abundante y sarmientos de las viñas con los que se fabricaba un carbón vegetal de gran calidad. El salitre lo traían de Épila, el azufre de algo más lejos, de las localidades de Libros o de Villel, en la actual provincia de Teruel. Todos estos ingredientes se trituraban por separado en unos morteros de piedra de gran tamaño y posteriormente se mezclaban mediante un mecanismo hidráulico. Una vez conseguida la mezcla, que se componía de cuatro libras de carbón vegetal, otras tantas de azufre y una arroba de salitre, se cribaba, se extendía y se ponía al sol para un secado natural.
Villafeliche llegó a contar con la única Real Fábrica de Aragón de este producto, con cerca de 200 molinos en el siglo XVIII. Este modelo de fábrica se exportó a las entonces colonias españolas de Perú, Méjico y Filipinas. Casualmente, era muy similar el número de alfares en los que, además de otros objetos, se fabricaban vasijas especiales para el almacenamiento y transporte de la pólvora. Estos dos elementos, la pólvora y el barro, fueron los principales protagonistas de este “maridaje” que duró siglos. Además de las vasijas de barro para la pólvora, en Villafeliche, desde al menos el siglo XVI, contó con jna alfarería especializada en otras técnicas como, azulejos, vajilla, azulejos y loza fina, con una producción cerámica similar a la de Muel en la misma época.
Durante la Guerra de la Independencia Villafeliche era sede de las Reales Fábricas de Pólvora y fue crucial para la defensa de la ciudad de Zaragoza, incluso los propios villafelichinos, con gran valentía, la transportaban camuflada entre paja y otros productos agrícolas, en las correspondientes vasijas de barro. También llegó a fabricarse en la propia Zaragoza con los productos y materiales llevados desde Villafeliche, por los propios artesanos villafelichinos.
Los franceses intentaron en repetidas ocasiones impedir que Villafeliche siguiese suministrando pólvora a las tropas españolas, pero las compañías de voluntarios al mando del bilbilitano Barón de Warsage lo impidieron, dándose varios importantes episodios bélicos en la localidad y sus alrededores. Sin embargo, tras la contienda estas florecientes industrias del barro y la pólvora perdieron su importancia y entraron en crisis, incluso el propio rey Fernando mandó clausurar los molinos de pólvora en 1831, aunque de manera clandestina algunos de los molinos siguieron fabricando pólvora durante muchos años más. Los alfares que fabricaban las vasijas también fueron cerrando poco a poco, sin embargo, algunos de ellos continuaron fabricando objetos ornamentales, utensilios para la cocina, cántaros, botijos, etc.

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