El artista José Antonio Córdoba Llamazares es el autor de la escultura en honor al monje franciscano, situada en la plaza de la iglesia de Torre los Negros y que representa a este religioso con un bastón encima de una roca de la que sale agua en alusión a uno de sus milagros

Cuando me propusieron hacer una escultura en honor a fray Pedro Selleras, sentí que me enfrentaba a un reto enorme, no solo por el tamaño de la obra, sino por la importancia espiritual y emocional que este fraile tiene para el pueblo de Torre los Negros. No era simplemente una escultura; era una forma de rendir homenaje a una figura profundamente venerada, incluso siglos después de su muerte.
Pedro Selleras nació en Torre los Negros en 1555 y murió en Visiedo en 1622. Fue un fraile franciscano con fama de santidad y al que se le atribuyen varios milagros. Uno de los más conocidos cuenta que, en pleno campo, su discípulo estaba desfalleciendo de sed. Fray Pedro golpeó una roca con su bastón y, milagrosamente, brotó agua de ella. Este acto sencillo, cargado de fe y compasión, marcó profundamente la memoria colectiva del pueblo, y todavía hoy, incluso la gente más joven lo recuerda y le tiene una fe sincera.
Cuando las autoridades decidieron acondicionar la explanada de la iglesia y colocar allí una escultura en su honor, pensaron en mí para llevarla a cabo. Acepté sin dudarlo, con una mezcla de responsabilidad, ilusión y mucho respeto. Era la primera vez que afrontaba un encargo de este tamaño y simbolismo, pero me lancé con el compromiso de estar a la altura.

La escultura, realizada en hierro y acero corten, mide 196 centímetros de altura y representa el momento del milagro: el fraile golpeando con su bastón una roca, de la cual emergen unos hierros retorcidos que simbolizan el agua brotando. Quise que la obra tuviera fuerza, pero también emoción. Que al verla, se sintiera ese instante milagroso.
Durante el proceso, que me llevó cuatro meses y medio, tuve que enfrentarme a varios retos técnicos. Como suele ocurrir en trabajos artesanales, el método fue el de siempre: prueba y error, paciencia y mucha observación. Pero cada paso, incluso los más difíciles, los viví con entusiasmo. Disfruté del trabajo en cada fase, desde el diseño hasta el último detalle de soldadura. Sabía que no estaba creando solo una escultura, sino algo que conectaría con la historia y la fe de muchas personas.
El día que se inauguró fue especialmente emocionante. Ver la obra en su lugar definitivo, con el pueblo reunido, sintiendo esa conexión profunda con fray Pedro Selleras, fue un momento que no olvidaré. Lo que más me emocionó fue que la gente se sintiera reflejada en la escultura, que la sintieran suya. Esa fue mi mayor recompensa.
Esta obra no solo me hizo crecer como artista, sino también como persona. Me permitió conocer más de cerca una historia de fe sencilla pero poderosa, y contribuir a mantener viva la memoria de un hombre humilde, al que su pueblo sigue queriendo con devoción.