Antonio Abengochea integra el grupo de siete personas que crearon la Cofradía del Ciprés de Langa del Castillo y continúan con la labor de plantación de este árbol
Langa del Castillo tiene un paisaje hermoso de tierras de cultivo de secano, pero es un paisaje artificial, algo monótono, expresamente remodelado para su explotación agrícola, en una buena parte de tierras ganadas al monte. Un paisaje diseñado con tiralíneas, una sucesión de ondulaciones horizontales donde solo hay espacio para cereales. La concentración parcelaria llevada a cabo a finales de los años 60 aprovechó todo lo aprovechable y se llevó por delante la diversidad de cultivos y los pocos árboles que podía haber entre campos. Ya se sabe, es el precio que muchas veces se paga por aumentar la productividad; cosas de la conversión a la agricultura industrial.
Desde la Asociación Cultural El Castillo se tomó la iniciativa de embellecer de alguna manera el entorno urbano y se decidió plantar algunos cipreses, porque el ciprés es un árbol con mucha personalidad, bello, elegante, de un verde eterno, que aporta verticalidad a ese paisaje horizontal del que hablamos.
Es también un árbol que apenas ocupa espacio, con lo cual evita la molestia que pudiera causar en las labores agrícolas; además no requiere un suelo especialmente rico y soporta perfectamente los periodos de sequía.

Esa iniciativa tenía un principio y un fin, y ya acabó. Se plantaron varios cipreses y la asociación, que realiza un sinfín de actividades y mantiene también una serie de acciones que tienen que ver con el medio ambiente, se enfocó en su función primordial que es más de carácter social y cultural.
En este contexto, un grupo de siete personas que amamos la tierra, el paisaje, que amamos los cipreses por su imponente figura y su carga simbólica, que pensamos que el futuro se construye día a día con pequeñas acciones, que sabemos de la importancia de dar ejemplo, que disfrutamos haciendo cosas en común como plantar un árbol o compartir un almuerzo, tomamos la decisión de crear la Cofradía del Ciprés y continuar con la labor de plantación.
Se trata de una cofradía laica –aquí no hay religión ni política–, abierta, humilde de toda humildad en cuanto a presupuesto y miembros, pero ambiciosa en cuanto a sus objetivos, porque aunque ahora se conforma con plantar al menos un ciprés cada año como un símbolo de esperanza, y de celebrarlo, no desdeña que sean muchos los cipreses a plantar ni muchos sus miembros.
Cada año, cuando el invierno está a punto de ceder su paso a la primavera y sobrevuelan el cielo de Langa las grullas viajeras de camino al norte de Europa, nos reunimos los miembros de la cofradía y juntos nos dirigimos al lugar elegido para plantar el nuevo ciprés. Un árbol, un hoyo, tierra y agua; más tarde una mesa unos huevos, pan y vino. No hay discursos ni ceremonias, solo alegría, el placer de estar juntos, de embellecer el entorno, de compartir comida y bebida, de celebrar la vida.
Esta actividad anual tiene algo de procesión, algo de rito y algo de fiesta, pero cómo si no este minúsculo grupo de personas, cuatro mujeres y tres hombres, pueden convertirla en una costumbre o en lo que tal vez pueda ser una nueva tradición que hable de mimar el paisaje que nos rodea, de árboles, de ciclos y de esperanza de futuro.