En enero de 2018 escribí en este Comarcal “El extraño peregrino”, leyenda basada en un personaje real, como ya adelantaba al final de aquel texto. Me refiero a él en este nuevo artículo al darocense Pedro Villagrasa Ablanque, nacido el 16 de agosto de 1565 y bautizado nueve días después en la parroquia de San Miguel de Daroca.
Su padre, médico en la ciudad, llamado también Pedro, murió asesinado apenas un año después del nacimiento de su hijo, y su madre, Jerónima, casó en segundas nupcias con Martín Cuevas.
Los primeros estudios de Pedro fueron en la Escuela de Gramática de Daroca y más tarde marchó a estudiar Filosofía a Alcalá de Henares, ciudad en la que sintió la vocación religiosa. Desde aquella ciudad marchó al convento de carmelitas descalzos de Pastrana en done tomaría los hábitos en 1582. Volvió a Alcalá para continuar su formación en Teología, y en esta época se dio a conocer ya como gran orador, siendo aún diácono, en los púlpitos de San Ildefonso y San Justo.


Fue ordenado sacerdote en 1589 y poco después enviado a Molina de Aragón para estudiar la posibilidad de fundar un convento carmelita en esa ciudad castellana y allí conoció al asesino de su padre, Luis Valenzuela, que se encontraba desterrado de Daroca. Aquel hombre se arrojó a los pies de Pedro, pidiéndole perdón entre sollozos. El darocense no solamente le perdonó, sino que le ofreció su ayuda en lo que pudiese necesitarla. Dos años más tarde fue enviado a Roma en donde el Papa Clemente VIII lo nombró su predicador y confesor. Durante su estancia, Pedro Villagrasa entabló amistad con su paisano José de Calasanz, que solía acudir a escuchar sus sermones.
También el Papa nombró a Pedro superintendente de propaganda y la tarea de organizar las Misiones Católicas, mientras que el darocense seguía siendo prior del primer convento carmelita de Roma, “Madonna de la Scala”.


La capacidad de trabajo de este hombre debía de ser extraordinaria, pues a todas las ocupaciones que ya tenía, el Papa le dio la responsabilidad de Visitador de los Agustinos Recoletos. Fue confesor de los cardenales que participaron en los cónclaves de los papas, León XI y Pablo V, pontífices ambos que siguieron manteniendo su confianza en Pedro Villagrasa, incluso lo propusieron para cardenal, algo que él nunca llegó a aceptar. En 1608 fue nombrado General de la Orden Carmelita de Italia, pero poco después su salud comenzó a debilitarse y los médicos recomendaron su ingreso para descansar y tomar las aguas medicinales del convento franciscano de Noccera, en donde finalmente falleció el 26 de agosto de 1608 con 43 años recién cumplidos. Fue inhumado en este convento, pero cuatro años más tarde su cuerpo, incorrupto, fue trasladado al convento de la Scala de Roma.


La muerte del carmelita darocense fue comunicada al Papa quien dijo “ha caído una columna de la Iglesia” y declaró varios días de luto en las iglesias de Roma. También fue comunicada su muerte a Daroca por el prior de la Scala, el bilbilitano padre Domingo de Jesús María -Ruzzola- al deán de la Colegiata de Santa María de los Corporales, Blas López de Bailo, en una carta llena de elogios al padre Pedro, junto a algunas pertenencias personales del darocense.
Durante su relativamente corta vida, además de ocupar los importantes cargos enumerados, viajó a Jerusalén y participó en la fundación de varios conventos carmelitas en Italia, Francia, Bélgica, Holanda, Polonia y Persia.
Sus numerosos escritos sobre sermones, epístolas, cartas pastorales y otros textos se encuentran en el Archivo de la Orden Carmelita de Roma.

Comparte esta Noticia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *