LEGUA A LEGUA

Feb 2, 2022

POR JESÚS BLASCO

Milagrosamente, se salvó de la piqueta la casilla de camineros existente entre Calamocha y Luco, felizmente preservada como historia y patrimonio de las carreteras españolas con origen en los memoriales del conde de Floridablanca, y un siglo después, en el XIX, tipificadas para toda España como modelo de  vivienda hogar para los trabajadores dedicados al mantenimiento y conservación de carreteras, hasta que, según la Real Orden de 1852, las célebres casillas siguieron manteniendo el nombre aunque pasaron a ser casas de mayor tamaño, cambiando lo que fue concebido como viviendas unifamiliares a ser pareadas para dar cabida a dos peones y sus familias, compartiendo espacios comunes como  vestíbulo y huerto.

Este tipo de construcción se inspira en la arquitectura tradicional mediterránea,  de una sola planta, muros blancos, teja árabe, mampostería, ladrillo y adobe, con carencia de todo tipo de adornos buscando economía y sintonizar con el paisaje al estar ubicadas, preferiblemente, en un lugar despejado con buena visión, a una legua una de otra, en zonas interurbanas y rurales para evitar desplazamientos. La inmensa mayoría de las llamadas casillas de camineros sucumbieron tras el Plan de Modernización, realizado por imperativo de los tiempos, salvo esta a la que hacemos referencia, que se ha reinventado  como museo y subsiste afortunadamente, pudiendo visitarse previa petición de hora.

Durante más de mil años, y hasta bien entrada la Ilustración, a nadie se le había ocurrido echar una pellada de guijos para igualar las rodadas o tapar un bache de cualquier carretera del Estado, se ve que ya teníamos bastante entretenimiento con los godos y la reconquista hasta que vinieron los Borbones y se propusieron terminar con los andurriales cuajados de bandidos  con una red de caminos en firme al estilo romano y la creación de un cuerpo de camineros que, en connivencia con los ingenieros de caminos, puertos y canales, cuyo emblema corporativo lo tenemos omnipresente, fueran entre todos capaces de sacar adelante la ambiciosa empresa de hacer carreteras asegurando su mantenimiento con la limpieza de zanjas, cunetas y alcantarillas, tarea encomendada a los camineros ocupantes de estas casillas a los que se les asignó un horario laboral de sol a sol y un tramo de carretera de una legua en sendas direcciones, además de otorgarles el derecho a llevar bandolera, o lo que es lo mismo, a ir armados con carabina para preservar el cuidado y vigilancia de las carreteras, de detener a gente de mal vivir o con apariencia de delincuentes.

La llegada del turismo en los años 50-60 de la pasada centuria, con el consiguiente aumento de circulación dio al traste con las casillas de camineros y esa forma de vivir en plena naturaleza. Así, a mediados de la década de los sesenta, siendo alcalde Luis del Val, se desplazó a Calamocha el entonces ministro de turno, Federico Silva Muñoz, para inaugurar el Parque de Obras Públicas, dependiente a día de hoy del Gobierno de Aragón, para hacer entrega de cuarenta viviendas, vacías en la actualidad y sin destino claro. De los ocho mil kilómetros que vertebran la provincia de Teruel, un buen número de ellos  pertenecientes todos a carreteras comarcales son gestionados por unas treinta personas desde este centro con límites tan alejados como Vivel, Perales, Segura de Baños, Belchite, Cortes de Aragón, Blesa, etc.

Al Centro de Conservación y Explotación, ubicado junto al polígono agroalimentario, le corresponde la autovía en el tramo de Ferreruela a Santa Eulalia y las carreteras nacionales N-234, desde Santa Eulalia a San Martín del Río, y N-211, desde El Pedregal a Puerto Mínguez. Este centro, dependiente del Ministerio de Fomento, es, sin duda, el gran desconocido para el público comarcano; está atendido por otros treinta trabajadores, tiene un completo parque de maquinaria entre la que sobresalen catorce quitanieves, además de dar cobertura a nueve saleros, dos plantas de salmuera y tres almacenes de sal. En sus instalaciones, que están llenas de sorpresas, puede verse un panel con pantallas de televisión para control de la autovía, un precioso muestrario de maquetas,  paneles, piezas curiosas y un jardín en el exterior, dando idea de cómo se viajaba en el siglo XIX y de los peligros que corrían los viajeros; veremos el peirón de Santo Domingo de la Calzada, y la recreación de una venta como alguna de las siete que tuvimos en el tramo Calamocha-Entrambasaguas, tales como Santa Orosia, del Gordo, la del Canónigo, Escorrentías, de los Céntimos, Marina y del Esqueje; veremos también frutales y flora silvestre autóctona, y hasta dos carros que pertenecieron a mantas Daudén. En definitiva, un rincón de nuestro pueblo que todos deberíamos visitar, previa petición de hora, naturalmente.

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