Para hablar de la tauromaquia en Daroca hay que remontarse hasta finales de la Edad Media, cuando en las celebraciones, además de música, teatro, bailes y procesiones, siempre hubo espectáculos taurinos, tanto en los días festivos como en ocasiones especiales como visitas reales o de personalidades importantes.
Estos festejos contaban con la colaboración y el control del Justicia de la ciudad, quien designaba el espacio donde se correrían los toros, llamado “Campo del Toro”, que al principio sería en el descampado desde la Puerta Alta hacia el Torreón de los Huevos, cuyos alrededores eran acondicionados, arreglando tapias, barbacanas, incluso tejados como improvisadas gradas para los espectadores.
Las autoridades y sus invitados tenían reservados lugares preferentes para contemplar los festejos con seguridad, así como los músicos que amenizaban la lidia con sus trompetas y tambores, y en un lado del recinto se habilitaba un corral para guardar los toros que habrían de lidiarse. Los carniceros eran los encargados de proveer las reses para los festejos, comprometiéndose a suministrar al menos dos toros al año, “que fuesen buenos y fieros”, siempre cumpliendo la reglamentación sobre los animales: toros menores de dos años, novilladas y festejos mayores cuando sobrepasaban esa edad.
Como lidiador podía participar todo aquel que quisiera demostrar su destreza y valor y los mozos que lo conseguían gozaban de la admiración del público. También había quien corría los toros en grupos, uno de los más populares fue el de los mozos de Villafeliche que venían a Daroca todos los años a cambio de comida y alojamiento.
Pero la mayoría de la gente acudía a ver a esos valientes y aplaudirles si se daba el caso, pero también a gritarles y abuchearles si demostraban cobardía o poca pericia. En el siglo XVI los festejos se regularizaron más y comenzaron a correrse toros en nuevos espacios como la actual plaza del Rey, aunque también seguían haciéndose en las inmediaciones de las puertas Alta y Baja y, más tarde, nuevamente en la plaza del Rey.


Aumentó por estas fechas el número de festejos con nuevas festividades, además del Corpus Christi, así como durante las visitas reales y personalidades, o celebrar las victorias de los ejércitos y otros motivos extraordinarios, como fue el nombramiento como arzobispo de Zaragoza al darocense don Martín Terrer de Valenzuela en 1631. Se establece también en esta época la costumbre popular de merendar durante los festejos.
Desde finales del siglo XVI ya existían varias ganaderías de reses bravas en el entorno de Daroca, en pueblos como Santed o Calamocha, y también se traían toros de Calatayud, y era costumbre que los animales fuesen probados antes de los festejos para comprobar su bravura y “fiereza”. Ya en el siglo XVIII, Ramón de Pignatelli, conocedor de la riqueza que generaban estos espectáculos en otros lugares, propuso hacer una plaza de toros en Zaragoza con cuyos beneficios mantener el Hospicio de la Ciudad y poco después el Concejo de Daroca decidió hacer lo mismo vinculándolo al hospital de la Merced de Daroca.
Desconozco si este proyecto se llevó a cabo, pero está claro que en esa época seguían celebrándose en Daroca festejos taurinos en el Campo del Toro, en el entorno de la Puerta Alta hacia la Torreta. Años más tarde cambiaron las ubicaciones pasando a celebrarse corridas a finales del siglo XIX y principios del XX en la plaza de la “Colegial”, en un amplio rectángulo cerrado con carros que servían de graderío al personal, y posteriormente en la plaza de Santiago, siendo este lugar el último en donde se llevarían a cabo festejos taurinos en un coso de carros.

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