El pasado 29 de marzo tuvo lugar un eclipse solar parcial que fue observable únicamente en el emisferio norte, siendo Canadá, EEUU y Méjico los únicos países en que pudo verse en su totalidad.
Hace ahora 120 años los darocenses tuvieron la suerte de presenciar uno de estos fenómenos en el verano de 1905, y además fue un eclipse de sol total, siendo uno de los primeros que se daban en el comienzo de este siglo, junto a otro ocurrido en 1900 y uno posterior a este, en 1912, que fueron denominados por la prensa mundial como “los eclipses españoles” por ser nuestro país, a juicio de los expertos, uno de los mejores lugares del mundo para ser observados. Esto sirvió para actualizar los equipos de observación españoles y para crear nuevos observatorios.
España fue elegida por la gran mayoría de los expertos y astrónomos del mundo, tanto por las condiciones climatológicas como por la duración del eclipse. Acudieron expertos de diferentes países a observar el fenómeno a distintos puntos de España en donde era más propicia la visión, y uno de ellos fue Daroca, a donde llegó un nutrido grupo de norteamericanos que, supongo, debieron de dejar “boquiabiertos” a muchos darocenses. La expedición estaba compuesta por científicos, pero también por marineros con sus flamantes uniformes blancos.
Hacia mediados de julio de 1905, los buques de guerra Minneápolis, Dixie y Caeser, llegaban a Gibraltar y pocos días después el Minneápolis tomó rumbo a Valencia, desde donde la expedición se dividió en dos grupos. Uno de ellos partió hacia Daroca con los especialistas del Observatorio Naval de EEUU Eichelberguer y Yowell y el profesor de universidad Johns Hopkins, acompañados de un buen número de marineros. Fueron recibidos con gran expectación y la natural alegría, y muchos de los ciudadanos acompañaron a los expedicionarios hasta el lugar en donde montaron su campamento, a las afueras de Daroca, cerca del río Jiloca, a una media milla de distancia hacia el sur, en el centro de una planicie muy amplia, a cuyo dueño se le pagaron 100 pesetas y además se convirtió en prácticamente un miembro más del campamento americano, en cuyos alrededores nunca faltó un buen número de curiosos y visitantes, al otro lado de las cuerdas que delimitaban las instalaciones. A alguno de ellos, alcalde y otras autoridades se les permitió entrar dentro, incluso fueron invitados a mirar a través de los grandes telescopios.
La Guardia Civil de Daroca colaboró con los americanos con un número de guardias para mantener el orden y la seguridad y el Gobierno Español montó en el propio campamento una oficina de telégrafos para que las comunicaciones de los investigadores fuesen lo más inmediata posibles. Otra inestimable colaboración fue la del padre escolapio padre Félix Álvarez, que puso a disposición de los astrónomos el Observatorio de Daroca y el propio Colegio de Escolapios.
Los primeros días del campamento fueron de mucho trabajo para especialistas y marineros que se emplearon a fondo en el montaje de todas las instalaciones de observación, y de residencia. Tras los carpinteros, maquinistas y otros gremios, los científicos tendrían que ajustar y enfocar bien todos sus aparatos, y cuando todo estuvo en buen estado de funcionamiento hicieron varias fotografías de prueba, y simulacros para familiarizarse con todo ese material.
El campamento estaba ya listo y funcional, como una pequeña ciudad en la que permanecerían durante las próximas seis semanas, cuando a los primeros rayos del sol del día 30 de agosto de 1905 se produjo el eclipse total de sol que tuvo una duración de 3 minutos y 45 segundos.

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