Roto el silencio

May 2, 2023

No cale llevarse a engaño, la Semana Santa calamochina podemos definirla un año más como un milagro tras otro cada vez mayor en medio de un silencio tan reinante como amenazante, el cual sin embargo, este año se ha roto al traernos un acto fuera de programa que ha terminado siendo tal vez el mayor de los milagros, el de más repercusión, el más concurrido.
Acto gracias al cual por fin hemos podido disfrutar de la obra y presencia de Luis López, el zagal del Molino, quien ya jubilado y tras haber expuesto y repartido su obra por medio mundo, por fin ha podido hacerlo donde más deseaba, en la capital del mismo, en su casa.


“El tiempo es cosa de Dios· dijo Paco, el mosén, la noche del Viernes Santo al terminar la procesión agradeciendo la buena tarde que nos hizo. Sin embargo, dos noches atrás la villa recibió a su hijo escultor con -6.2ºC la mañana en la que inauguraba Virutas de Río y Mar. Sin duda el frío también tiene algo de mágico, de azar, de reencuentro para quien lleva tanto tiempo viviendo lejos de él. Pudo así sentirlo y fotografiarlo, disfrutar de la rosada helada en los árboles, reencontrarse con su niñez, bocetos tal vez de una futura obra. El fresco fue la mejor de las bienvenidas posibles a sus amigos mallorquines que se acercaron con el fin de sorprenderlo, arroparlo, por si acaso los calamochinos envueltos en los hábitos nos olvidábamos de la primera de las estaciones: la de la cultura, la del templo de la sala de arte José Lapayese. La repercusión en su tierra, en Sóller de lo vivido en su pueblo resultó desbordante.


El sábado caminé a su encuentro por el bosque siguiendo el río. Hice fotos a la huerta de los Marinas, a los viejos árboles, a esos que la poeta Finita Ribes me preguntaba si serán los mismos de los que robaba manzanetas por el placer de robar, como todos hemos hecho en la niñez. Quería dejar en el punto de lectura del parque Amarga Historia Crónica del Covid en la Villa de Calamocha 2020-21-22. Pero a la altura del Puente Romano, le regalé El parque estaba vacío, la luz era maravillosa, los reflejos sobre el lago, brillantes y fríos, montones de fotos.
Don Luis apareció sonriente, con gorra para matar el ya efímero frío de la mañana, llevaba él mismo las llaves del templo, me hizo entrar y charramos. Obra a obra, me contó su trabajo. Echaba la vista atrás al camino que le había traído hasta allí. Me quedé fascinado al ver su sombra junto a la mía en Gestación de un Planeta, a modo de altar mayor, te recordaba lo evidente, estamos solos en este mundo, solo el volver al origen, al pueblo, parece salvarnos. Hay que tocar, palpar, sentir la proximidad de su obra. Ya solo al inicio con los bocetos, los dibujos, los pensamientos de los sueños plasmados en papel me dí por satisfecho. Para mi sorpresa, un milagro tras otro, no dejaba de llegar gente. A todos les explicaba en silencio su obra, todo cariño, feliz, resucitaba, vivía un sueño hecho realidad.
Entre bromas al despedirme le pedí más, una escultura que aguante el frío, las tormentas, el cierzo, la calorina. Una obra donde uno al verla sienta que esta frente a su ser, a su sueño, a la vida y al olvido. Frente a nuestra Calamocha, esa que nos dio la vida y cada día en contra de nuestros deseos dejamos más y más atrás, esa con la que soñamos encontrarnos al volver, esa que ya no existe.

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