El trabajo del investigador y divulgador calamochino se centra en esta técnica tradicional de aprovechamiento forestal, así como su papel en la gestión sostenible y colaborativa del paisaje rural en la comunidad aragonesa

Fotografía reciente de Chabier de Jaime rodeado de chopos cabeceros

Chabier de Jaime, naturalista, etnobotánico y divulgador aragonés, ha dedicado gran parte de su trabajo a investigar y documentar prácticas tradicionales relacionadas con el uso del medio natural en Aragón. Entre sus aportaciones más destacadas se encuentra el estudio de la escamonda, una técnica ancestral de poda practicada sobre todo en el valle del río Martín y otras zonas del interior peninsular.
Su investigación sobre la escamonda no solo recupera una práctica silvícola casi olvidada, sino que también pone en valor el conocimiento ecológico tradicional de las comunidades rurales. Gracias a su labor, hoy se comprende mejor cómo los habitantes del medio rural han sabido mantener un equilibrio entre el aprovechamiento de los recursos forestales -especialmente de especies como los chopos, quejigos y rebollos- y la conservación del paisaje y la biodiversidad.
-¿Qué papel han tenido históricamente los chopos cabeceros en la cordillera Ibérica?
-Los chopos cabeceros son árboles muy representativos en nuestra comarca y en toda la cordillera Ibérica. Durante siglos, han sido parte de un sistema agroforestal que proporcionaba madera para la construcción, sobre todo vigas, en territorios profundamente deforestados por la ganadería ovina.
Al desaparecer los bosques, los vecinos comenzaron a plantar chopos en las riberas, podándolos a unos tres metros de altura y dándoles esa forma característica de candelabro.
Así se podían aprovechar los pastos en las riberas y también obtener madera. Esta técnica se conoce como escamonda o desmoche y ha estado vigente hasta los años 60 y 70.
-¿Qué significa que un árbol sea “transmocho”? ¿Es lo mismo que un chopo cabecero?
-Sí. Los chopos cabeceros son un tipo de árbol trasmocho. Trasmocho es un árbol que se ha podado completamente para que rebrote desde las ramas laterales. Es una técnica ancestral que se aplica a muchas especies: robles, fresnos, sauces… En nuestro caso, al chopo negro. Se remonta al Neolítico y permite aprovechar recursos sin talar el árbol.
-¿Qué se sabe sobre la fisiología de estos árboles?
-Muy poco, especialmente sobre cómo funciona un árbol que ha sido manejado de forma no natural.
Sabemos que los chopos cabeceros, al estar escamondados, viven más: no es raro encontrar ejemplares de 200 o incluso 300 años. Pero su funcionamiento interno, su fisiología, es todavía poco conocido.
-¿De ahí nace la investigación en la que está implicado?
-Exactamente. Se ha realizado un estudio junto al equipo de Jesús Julio Camarero, del Instituto Pirenaico de Ecología (CSIC), y con el Centro de Estudios del Jiloca, para conocer cómo influye la escamonda en el crecimiento y la resistencia al cambio climático de estos árboles.
-¿Qué se sabe sobre la fisiología de estos árboles?
-El muestreo se hizo en diciembre de 2023 en Galve y Aguilar de Alfambra. Se tomaron testigos radiales (pequeños cilindros de madera) con una barrena especial, para estudiar los anillos de crecimiento del tronco. Eso nos permite saber cuánta madera produce el árbol cada año y cómo responde a las condiciones ambientales.
-¿Qué se comparó concretamente?
-Se compararon árboles podados hace 10 años con otros podados hace 20. Se midió el grosor de sus anillos de crecimiento y su eficiencia en el uso del agua, que es clave para resistir la sequía. Para ello, se analizó la proporción entre carbono-13 y carbono-12 en la madera, lo cual refleja la adaptación a ambientes más secos.
-¿Qué resultados obtuvieron?
-Se confirmó la hipótesis inicial: los árboles que habían sido podados más recientemente crecieron más y fueron más eficientes en el uso del agua. La escamonda mejora la vitalidad del árbol y su capacidad de adaptarse al entorno.
-¿Cómo afecta el cambio climático a estos árboles?
-Desde 1950, las temperaturas han subido claramente. Aunque no llueve menos, la evapotranspiración sí ha aumentado: el suelo pierde más agua y las plantas transpiran más.
Esto genera un entorno más hostil. En ese contexto, la escamonda ayuda a los árboles a resistir mejor.
-¿Se sigue practicando la escamonda actualmente?
-Cada vez menos. Muchos chopos han perdido el turno de poda, lo que implica varios problemas: ramas demasiado pesadas, puntisecos, menor crecimiento del tronco y más riesgo de rotura por viento o nieve. Sin escamonda, los árboles envejecen peor y se degradan.
-¿Qué valor tiene hoy en día esta técnica?
-La escamonda ha pasado de ser un recurso económico a ser un valor cultural y ecológico. Por eso, fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de Aragón. También se creó el Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra, y algunas arboledas han sido reconocidas como singulares.
-¿Se sigue gestionando bien en todas partes?
-No. En el Valle del Alfambra sí hay un esfuerzo institucional: el Gobierno de Aragón, la Confederación Hidrográfica del Júcar y el propio Parque Cultural están podando miles de árboles.
Pero en el Valle del Pancrudo, con más de 21.000 chopos cabeceros, no existe ninguna figura de protección. Y eso es una gran pérdida de oportunidad.
-Entonces, ¿el chopo cabecero tiene aún futuro?
-Sí, pero no por su rentabilidad directa, sino por su valor cultural, ambiental y de identidad. Estos árboles forman parte de un paisaje único, con una biodiversidad asociada muy variada e importante para la zona.
El término municipal de Calamocha, por ejemplo, tiene la mayor población de chopos cabeceros de Europa —y posiblemente del mundo—. Es un patrimonio que merece ser protegido, cuidado y valorizado.

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