ANTONIO ABAD
Concejal del Ayto. de Calamocha
La libertad de opinión hunde sus raíces en la antigua Grecia y se consolidó durante la Ilustración como un derecho humano fundamental. La reconocieron formalmente en 1689 la Declaración de Derechos de Inglaterra y en 1789 la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Ya en 1948 fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos la que consagró este derecho a nivel internacional y garantizó el respeto a las opiniones y el derecho a difundirlas. En España está recogido como Derecho Fundamental en el artículo 20 de nuestra Constitución.
Una democracia plena y saludable no se entiende si no se permite el debate público, el contraste de ideas y la información veraz. Frente a ella, dictadores sin escrúpulos limitan libertades, dirigen medios de comunicación y censuran lo que no quieren oír. En esta época además hacemos frente, más que nunca, a la lacra de la desinformación, los bulos y la mentira, que se difunde de manera casi instantánea y a nivel global, poniendo en riesgo los principios democráticos más básicos.
Las personas podemos hacer uso de la libertad de opinión de muchas formas y la forma elegida suele decir más de quien lo hace que cualquier cosa que pueda decir: pone al descubierto emociones y miserias que trascienden la propia palabra y nos adentran en la psicología de quien las vierte. Mentirosos, desquiciados, pobres de alma o sinvergüenzas, directamente mentirán o harán un uso pobre, amargado, torticero, insidioso o estomagante de la libertad de opinión.
Antes de la explosión contemporánea de medios y pseudomedios que cuelgan artículos y suben temas a golpe de clickbait, los medios de comunicación gozaban de un mayor prestigio y reconocimiento social como informadores y formadores de la opinión pública, existía un filtro, una ética, un sentimiento de responsabilidad social… frente a cualquier escrito enviado por cualquiera. Hoy, con escasas salvedades, cualquier cosa es susceptible de ser publicada, aun careciendo de los más básicos requisitos semánticos, sintácticos y lingüísticos. Casi cualquier cosa te puede entrar por los ojos o los oídos sin que apenas puedas evitarlo.
Hoy parece que más que garantizar la libertad de expresión se consolida la mediocridad, la mentira, el ataque, el insulto gratuito y la falta de capacidad. De esta forma encontramos vomitinas de desahogo escritas o retransmitidas con prisas y rencor, y que no son más que la suma de palabras dispersas e inconexas, falsas y lamentables, el espejo que refleja el verdadero ser de personajes atormentados, nerviosos, culpables… Y pese a ello el resto debemos tener el aguante constitucional de permitir que lo hagan. Sobre ello el siempre socorrido refranero popular es sabio y ya sabemos lo que dice de bajar al barro a discutir o lo que pasa cuando determinadas personas “cogen la linde”.
Y ejerciendo ese mismo derecho, en el otro lado, opiniones fundadas o informadas, nos informan y forman, nos pueden hacer dudar, hacernos reflexionar y acercarnos a posiciones y formas de pensar que nunca nos habríamos planteado. Nos harán bucear en lugares nuevos, consumir cultura, establecer conversaciones… dudar; y formarán un pensamiento crítico que nos hará menos dependientes de quienes hacen equilibrios en la mentira. Y esta es la razón de que la opinión fuera tan temida por gobernantes de todo tipo y época y que tuviera que ser tan reivindicada. Tanto que algunos todavía creen que las opiniones deben ser silenciadas, cortando y metiendo mano en medios públicos, comprando medios privados, acosando en redes sociales.
Hoy día, en nuestra sociedad, la libertad de opinión ampara por igual a unos y a otros, dejando a la moralidad, valores y decencia de cada usuario de ese derecho cómo quiere usarlo. También queda al juicio y la inteligencia de quienes las consumimos la veracidad o falsedad que les otorgamos. O quizás podamos elegir y, directamente, no consumirlas.
Esto que parece tan de cajón merece ser recordado de vez en cuando. 27 letras y una hoja en blanco pueden parecer poco pero dan para mucho. Hasta para retratarnos.